TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
domingo, 11 de mayo de 2014
CAPITULO 143
Tomando el taburete vacío a su lado, vi cómo Paula le señaló a Cami que quería otra cerveza. Pedí una para mí, y entonces la vi beberse la mitad de la suya.
La botella sonó contra el mostrador cuando la bajó de golpe.
—¿Crees que eso va a cambiar la opinión de alguien sobre nosotros?
Me reí una vez. Después de todo eso de rozarse y frotarse contra mi pene, ¿de repente le preocupaba las apariencias?
—No me importa ni una mierda lo que piensen sobre nosotros. —Me lanzó una mirada asesina, y luego se giró para mirar hacia el frente—. Paloma —dije, tocándole el brazo.
Se alejó. —No. Nunca me pondré lo suficientemente borracha para meterme en ese sofá.
Instantáneamente, la ira me consumió. Nunca la había tratado así. Nunca.
Me dio falsas expectativas, y luego le di un par de besos en el cuello, ¿y enloquece?
Empecé a hablar, pero Aldana apareció a mi lado.
—Bueno. ¿No es este Pedro Alfonso?
—Hola, Aldana.
Paula miró a Aldana, claramente tomada por sorpresa. Aldana era una profesional en inclinar la balanza a su favor.
—Preséntame a tu novia —dijo Aldana, sonriendo.
Ella sabía condenadamente bien que Paula no era mi novia. Puta 101: Si el hombre en tu mira está en una cita o con una amiga, oblígalo a admitir la falta de compromiso. Crea inseguridad e inestabilidad.
Sabía a dónde iba esto. Infiernos, si realmente Paula pensaba que yo era un idiota de nivel criminal, bien podría actuar como tal. Deslicé mi cerveza por la barra, y cayó por el borde, tintineando en el bote de basura al final. —No es mi novia.
Intencionalmente ignorando la reacción de Paula, agarré la mano de Aldana y la llevé a la pista de baile. Ella obedeció, felizmente balanceando los brazos hasta que nuestros pies golpearon la madera. Siempre era entretenido bailar con Aldana.
No tenía vergüenza y me dejaba hacerle cualquier cosa que quisiera, dentro y fuera de la pista de baile. Como era habitual, la mayoría de los otros bailarines se detuvieron para ver.
Por lo general, nos lucíamos, pero me sentía excepcionalmente lascivo. El oscuro cabello de Aldana me dio una bofetada en la cara más de una vez, pero yo
estaba entumecido. La levanté y envolví sus piernas alrededor de mi cintura, y luego se inclinó hacia atrás, estirando sus brazos sobre su cabeza. Sonrió mientras
la bombeaba en frente de todo el bar, y cuando la dejé en el suelo, se giró y se agachó, agarrando sus tobillos.
El sudor corría por mi cara. La piel de Aldana estaba muy mojada, mis manos se resbalaban cada vez que trataba de tocarla. Su camisa estaba empapada, y también la mía. Se inclinó por un beso, con la boca ligeramente abierta, pero me incliné hacia atrás, mirando hacia la barra.
Fue entonces cuando lo vi. Eduardo Coats. Paula se inclinó hacia él, sonriendo con esa sonrisa coqueta, borracha, de “llévame a casa,” que podía detectar en una multitud de mil mujeres.
Dejando a Aldana en la pista de baile, me empujé a través de la masa que se había reunido alrededor. Justo antes de llegar a Paula, Eduardo se inclinó para tocarle la rodilla. Recordando que se había salido con la suya el año anterior, apreté mi mano en un puño, parándome entre ellos, dándole la espalda a Eduardo.
—¿Estás lista, Paloma?
Paula puso su mano sobre mi estómago y me empujó hacia un lado, sonriendo al instante que Eduardo volvió a la vista.
—Estoy hablando, Pedro—Ella retuvo su mano, sintiendo cuan mojada estaba, y luego la secó en su falda de una
manera dramática.
—¿Tan siquiera conoces a este chico?
Sonrió aún más ampliamente. —Este es Eduardo.
Eduardo extendió su mano. —Un placer conocerte.
No podía quitar mis ojos de Paula mientras miraba a ese maldito enfermo y retorcido frente a ella. Dejé la mano de Eduardo colgando, esperando a que Paula recordara que yo estaba parado allí.
Desdeñosa, agitó su mano en mi dirección. —Eduardo, este es Pedro —Su voz era claramente menos entusiasta acerca de mi presentación, lo que sólo me molestaba más.
Fulminé con la mirada a Eduardo, y luego a su mano. —Pedro Alfonso —Mi voz era baja y lo más amenazante que podía manejar.
Los ojos de Eduardo se abrieron como platos, y retiró torpemente su mano. —¿Pedro Alfonso?
Estiré mi brazo detrás de Paula para agarrar la barra. —Sí, ¿qué con eso?
—Te vi luchar contra Shawn Jenks el año pasado, hombre. ¡Pensé que iba a presenciar la muerte de alguien!
Mis ojos se estrecharon, y apreté los dientes. —¿Quieres verlo otra vez?
Eduardo se rió una vez, sus ojos como dardos de ida y vuelta entre nosotros.
Cuando se dio cuenta que no bromeaba, sonrió torpemente a Paula, y luego se alejó.
—¿Estás lista, ahora? —espeté.
—Eres es un completo idiota, ¿sabes?
—Me han llamado peor. —Le tendí mi mano y la tomó, dejándome ayudarla a bajar del taburete. No podría estar enojada.
Con un fuerte silbido, le hice señas a Valentin, que vio mi expresión y de inmediato supo que era hora de irse. Utilicé mi hombro para hacer espacio a través de la multitud, sin vergüenza derribando a unas cuantas personas inocentes para desahogarme hasta que Valentin nos dirigió y asumió el control por mí.
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