martes, 6 de mayo de 2014

CAPITULO 126



Valentin se quedó en la puerta como un idiota enfermo de amor, saludando a Rosario mientras ella abandonaba el aparcamiento.
Cerró la puerta, y luego colapsó en el sillón reclinable con la más ridícula sonrisa en su cara.

—Eres un tonto —le dije.

—¿Yo? Deberías haberte visto. Paula no podía irse de aquí lo suficientemente rápido.

Fruncí el ceño. No me pareció que Paula estuviera apurada, pero ahora que Valentin dijo algo recordé que estaba bastante callada cuando volvimos. —¿Tú crees?

Valentin se echó a reír, tirándose hacia atrás en la silla y sacando el apoya pies. —Te odia. Ríndete.

—No me odia. Di en el clavo con esa cita… cena.

La ceja de Valentin se disparó hacia arriba. —¿Cita? Pepe. ¿Qué estás haciendo? Porque si esto es sólo un juego y arruinas lo mío, te mataré mientras duermes.

Caí contra el sofá y agarré el control remoto. —No sé qué estoy haciendo, pero no es eso.

Valentin lucía confundido. No le iba a dejar saber que estaba tan desconcertado como él

—No estaba bromeando —dijo, manteniendo sus ojos en la pantalla de la TV—. Te voy a ahogar.

—Te escuché —espeté. Toda la cosa de sentirme fuera de mi elemento me enojaba, y luego tenía a Pepé Le Pew por aquí, amenazándome de muerte.
Valentin con un flechazo era molesto. Valentin enamorado era casi intolerable.

—¿Recuerdas a Anya?

—No es como eso —dijo Valentin, exasperado—. Es diferente con Ro. Es la indicada.

—¿Sabes eso después de un par de meses?—pregunté dubitativamente.

—Lo supe en cuanto la vi.

Negué con la cabeza. Odiaba cuando se ponía así. Unicornios y mariposas saliendo de su trasero, y corazones flotando en el aire. Siempre terminaba con el corazón roto, y luego yo tenía que asegurarme que no bebiera hasta morir durante seis meses. Aunque Rosario parecía gustarle.
Lo que sea. Ninguna mujer podría hacerme balbucear y ser un borracho baboso por perderla. Si no se mantenían alrededor, no valían la pena de todos modos.
Valentin se levantó, se estiró y luego se encaminó hacia su habitación.

—Estás lleno de mierda, Valen.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

Tenía razón. Nunca he estado enamorado, pero no podía imaginar que eso me pudiera cambiar tanto.
Decidí irme a la cama, también. Me desvestí y me tiré en el colchón, exhausto. En el segundo en que mi cabeza tocó la almohada, pensé en Paula.
Nuestra conversación se reprodujo textualmente en mi cabeza. Unas pocas veces mostró un brillo de interés. No me odiaba completamente, y eso me ayudó a relajarme. No estaba exactamente disculpándome por mi reputación, pero ella no esperaba que fingiera. Las mujeres no me ponían nervioso. Paula me hacía sentir distraído y concentrado,todo al mismo tiempo. Agitado y relajado. Cabreado y malditamente cerca del vértigo. Nunca me había sentido tan en desacuerdo conmigo mismo. Algo acerca de ese sentimiento me hacía querer estar más cerca de ella.

Después de dos horas mirando el techo, preguntándome si la vería de nuevo al día siguiente, decidí levantarme a buscar una botella de Jack Daniel’s en la cocina.

Los vasos de shot estaban limpios en el lavavajillas, así que saqué uno y lo llené hasta el borde. Después de tragarlo, me serví otro. Lo vacié, puse el vaso en el fregadero y regresé. Valentin se encontraba en la puerta de su habitación con una sonrisa en su cara.

—Y así empieza.

—El día que apareciste en nuestro árbol familiar, quise cortarlo.

Valentin se rió una vez y cerró su puerta. Caminé hacia mi cuarto, enojado por no poder discutir.

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