TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
domingo, 13 de abril de 2014
CAPITULO 50
Seguía con la mirada clavada en el suelo, le pasé el teléfono a Pedro y,
entonces, con dificultad levanté la mirada para comprobar la expresión de su cara:
era una combinación de confusión, sorpresa y adoración.
—Me ha colgado —dije torciendo el gesto.
Escrutó mi cara con una mirada de esperanza y cautela.
—¿Estás enamorada de mí?
—Son los tatuajes —dije encogiéndome de hombros.
Sonrió de oreja a oreja y se le marcaron los hoyuelos de las mejillas.
—Ven a casa conmigo —dijo él, envolviéndome en sus brazos.
Enarqué las cejas.
—¿Has dicho todo eso para llevarme a la cama? Debí de dejarte muy
impresionado.
—Ahora solo puedo pensar en estrecharte entre mis brazos durante toda la
noche.
—Vámonos —dije.
A pesar de la velocidad excesiva y los atajos, el camino hasta el apartamento
parecía no acabarse nunca. Cuando por fin llegamos, Pedro me subió en brazos
por las escaleras. Mientras él luchaba por abrir la puerta, me reí contra sus labios.
Cuando me dejó en el suelo y cerró la puerta detrás de nosotros, soltó un largo
suspiro de alivio.
—No sentía que este sitio fuera mi casa desde que te fuiste —dijo, antes de
besarme en los labios.
Moro vino corriendo por el pasillo y movió la colita, mientras saltaba sobre
mis piernas. Lo acaricié y lo levanté del suelo.
La cama de Valentin crujió, y sus pies retumbaron en el suelo. La puerta se
abrió de golpe, y entrecerró los ojos por la luz.
—¡Joder, Pedro, no voy a consentirte esta mierda! Estás enamorado de Pau…
—Cuando pudo enfocar la mirada, se dio cuenta de su error— … la. Hola, Pau.
—Hola, Valen —dije, mientras dejaba a Moro en el suelo.
Pedro tiró de mí, dejando atrás a su primo, que seguía estupefacto, y cerró
la puerta detrás de nosotros de una patada, atrayéndome a sus brazos y
besándome sin pensárselo dos veces, como si lo hubiéramos hecho un millón de
veces antes. Le quité la camiseta por encima de la cabeza, y él me bajó la chaqueta
por los hombros. Dejé de besarlo el tiempo suficiente para quitarme el jersey y el
top, y después me lancé de nuevo a sus brazos. Nos desvestimos el uno al otro, y a
los pocos segundos me tumbó sobre el colchón. Alargué el brazo por encima de la
cabeza para abrir el cajón y metí la mano dentro, buscando cualquier cosa que
crujiera.
—Mierda —dijo él, jadeando y frustrado—. Me deshice de ellos.
—¿Qué? ¿De todos?
—Pensaba que no ibas a…, si no iba a estar contigo, no los necesitaba.
—¡Estás de broma! —dije, dejando caer la cabeza hacia atrás contra el
cabecero.
Apoyó la frente en mi pecho.
—Considérate lo contrario a una conclusión previsible.
Sonreí y lo besé.
—¿Nunca has estado con nadie sin uno?
Negó con la cabeza.
—Nunca.
Miré a mi alrededor un momento, perdida en mis pensamientos. Mi
expresión le hizo reír.
—¿Qué haces?
—Sssh, estoy contando.
Pedro me miró un momento y entonces se inclinó para besarme el cuello.
—No puedo concentrarme si haces eso… —dije con un suspiro—.
Veinticinco y dos días… —concluí respirando.
Pedro se rio.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Estamos seguros —dije, deslizándome para estar directamente debajo de
él.
Apretó mi pecho contra el suyo y me besó con ternura.
—¿Estás segura?
Deslicé las manos desde sus hombros hasta su culo y lo empujé contra mí.
Él cerró los ojos y soltó un largo y profundo gemido.
—Oh, Dios mío, Pau —suspiró él. Volvió a penetrarme y otro jadeo salió
de su garganta—. Joder, es una sensación alucinante.
—¿Tan diferente es?
Me miró a los ojos.
—Es diferente contigo en todo caso, pero… —Respiró hondo durante un
momento y volvió a tensarse, cerrando los ojos durante un momento—. Nunca
volveré a ser el mismo después de esto.
Sus labios buscaron cada centímetro de mi cuello y, cuando encontró su
camino a mi boca, hundí las yemas de los dedos en los músculos de sus hombros,
perdiéndome en la intensidad del beso.
Pedro me llevó las manos sobre la cabeza y entrelazó sus dedos con los
míos, apretándome las manos cada vez que empujaba. Sus movimientos se
hicieron un poco más bruscos, y clavé las uñas en sus manos cuando mis entrañas
se tensaron con una fuerza increíble.
Grité, mordiéndome el labio y cerrando con fuerza los ojos.
—Pau —susurró él. En su voz se notaba el conflicto—. Tengo… Tengo
que…
—No pares —supliqué.
Me penetró de nuevo, y gimió tan fuerte que le tapé la boca. Después de
unas cuantas respiraciones agitadas, me miró a los ojos y me besó una y otra vez.
Me cogió la cara con ambas manos y me besó otra vez, más lentamente, con más
ternura. Acarició mis labios con los suyos, y después las mejillas, la frente, la nariz
y, entonces, finalmente, volvió a mis labios.
Sonreí y suspiré. El cansancio podía conmigo. Pedro me acercó a él y tiró de
las sábanas para taparnos. Apoyé la mejilla en su pecho y él me besó en la frente
una vez más, entrelazando los dedos detrás de mí.
—No te vayas esta vez, ¿vale? Quiero despertarme exactamente así por la
mañana.
Lo besé en el pecho, presa de la culpa porque tuviera que pedírmelo.
—No me iré a ninguna parte
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