domingo, 13 de abril de 2014

CAPITULO 51


ME desperté boca abajo, desnuda y enrollada en las sábanas de Pedro Alfonso. Mantuve los ojos cerrados mientras sentía que me acariciaba la espalda y
el brazo con los dedos.
Soltó un largo y contenido suspiro al exhalar y dijo en voz baja:
—Te quiero, Pau. Te voy a hacer feliz. Lo juro.
La cama se hundió en el centro cuando él cambió de posición;
inmediatamente, noté sus labios en la espalda mientras me iba besando
lentamente. Me quedé quieta y, justo al llegar debajo de mi oreja, se levantó y
cruzó la habitación. Sus pisadas se alejaron lentamente por el pasillo, y las tuberías
silbaron por la presión del agua de la ducha.
Abrí los ojos, me erguí y me estiré. Me dolían todos los músculos del
cuerpo, incluso aquellos cuya existencia desconocía. Mientras me sujetaba las
sábanas a la altura del pecho, miré por la ventana y observé las hojas amarillas y
rojas que caían en espiral desde las ramas al suelo.
Su teléfono móvil vibró en alguna parte del pavimento y, después de
rebuscar entre la ropa tirada en el suelo, lo encontré en el bolsillo de sus tejanos. La
pantalla se iluminó con un número, sin nombre asignado.
—¿Diga?
—Eh… ¿Está Pedro? —preguntó una mujer.
—Está en la ducha, ¿quieres que le dé algún mensaje?
—Sí, claro. Dile que Aldana ha llamado, ¿vale?
Pedro entró, atándose la toalla alrededor de la cintura, y yo sonreí mientras
le entregaba el teléfono:
—Es para ti —dije.
Me besó antes de mirar la pantalla y sacudió la cabeza.
—¿Sí? Era mi novia. ¿Qué necesitas, Aldana? —Escuchó durante un
momento y, entonces, sonrió—. Bueno, Paloma es especial, qué quieres que te diga.
—Después de una larga pausa, puso los ojos en blanco. Podía imaginar qué estaba
diciendo—. No seas zorra, Aldana. Mira, será mejor que no me llames más… Sí,
encantado —dijo, mientras me miraba con ternura—. Sí, con Pau. Lo digo en
serio, Aldi, no me llames más… Hasta otra.
Lanzó el teléfono a la cama y se sentó a mi lado.
—Parecía bastante cabreada. ¿Te ha dicho algo?
—No, solo ha preguntado por ti.
—He borrado los pocos números que tenía en el teléfono, pero imagino que
eso no impide que me llamen a mí. Si no se enteran por sí mismas, les pararé los
pies.
Me miró expectante, y no pude evitar sonreír. Nunca había visto ese lado
suyo.
—Sabes que confío en ti, ¿no?
Apretó sus labios contra los míos.
—No te culparía si esperaras que me ganara tu confianza.
—Tengo que meterme en la ducha. Ya me he perdido una clase.
—¿Ves? Se nota que soy una buena influencia.
Me puse en pie y él tiró de la sábana.
—Aldana me ha dicho que hay una fiesta de Halloween este fin de semana
en The Red Door. Fui el año pasado y me lo pasé bastante bien.
—Claro, estoy segura —dije, enarcando una ceja.
—Me refería a que asistió mucha gente, y tienen un torneo de billar y
bebidas baratas… ¿Te apetece ir?
—La verdad es que no… No me va el rollo de disfrazarme. Nunca me ha
ido.
—A mí tampoco, simplemente voy —dijo, encogiéndose de hombros.
—¿Sigue en pie lo de ir a los bolos esta noche? —dije, preguntándome si la
invitación era solo para conseguir un tiempo a solas conmigo, que ya no
necesitaba.
—¡Joder, pues claro que sí! ¡Te voy a dar una paliza!
Lo miré con los ojos entrecerrados.
—Esta vez no. Tengo un nuevo superpoder.
Se rio.
—¿Ah sí? ¿Cuál? ¿Ser malhablada?
Me agaché para darle un beso en el cuello una vez, y después subí la lengua
hasta su oreja y le besé el lóbulo. Se quedó de piedra.
—La distracción —le susurré al oído.
Me cogió de los brazos y me tumbó boca arriba.
—Creo que vas a perderte otra clase.

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