Pedro
—Vete a la mierda —le dije, disgustado.
—¡Oh, vamos! —dijo Valentin, temblando de risa—. Solías decir que yo era el único sometido.
—Vete a la mierda otra vez.
Valentin apagó el motor. Había aparcado el Charger en el lado más alejado del estacionamiento de Cherry Papas Casa de las más gordas y sucias strippers de la ciudad. —No es como si fueras a llevarte a una de ellas a casa.
—Se lo prometí a Paloma. Sin strippers.
—Te prometí una despedida de soltero.
—Amigo, vamos a casa. Estoy lleno, cansado, y tenemos que coger un avión en la mañana.
Valentin frunció el ceño. —Las chicas han estado tumbadas en una playa en St. Thomas durante todo el día, y ahora es probable que estén de fiesta en un club.
Sacudí la cabeza. —No vamos a clubs sin el otro. Ella no haría eso.
—Lo haría si Rosario lo planeó.
Sacudí la cabeza de nuevo. —No, jodidamente no lo haría. No voy a entrar en el club de striptease. O bien eliges otra cosa, o me llevas a casa.
Valentin suspiró y entrecerró los ojos. —¿Qué hay con eso?
Seguí su línea de visión a la próxima cuadra. —¿Un hotel? Valen, te amo,hombre, pero no es una despedida de soltero real. Estoy casado. E incluso si no lo estuviera, todavía no tendría sexo contigo.
Valentin sacudió su cabeza. —Hay un bar allí. No es un club. ¿Está eso permitido en tu larga lista de reglas del matrimonio?
Fruncí el ceño. —Solo respeto a mi esposa. Y sí, imbécil, podemos entrar ahí.
—Increíble —dijo, frotándose las manos.
Atravesamos la calle, y Valentin abrió la puerta.
Estaba completamente oscuro.
Estaba completamente oscuro.
—Uh... —comencé.
De repente, las luces se encendieron. Los gemelos, Nahuel y Manuel, lanzaron confeti en mi cara, la música comenzó a sonar a todo volumen, y luego vi la peor cosa que jamás había visto en mi vida: Marcos en una tanga, cubierto de unos diez kilos de brillo corporal. Llevaba una barata peluca amarilla, y Cami se reía en voz alta, animándolo.
Valentin me empujó el resto del camino. Mi papá se hallaba a un lado de la sala, de pie junto a Pablo. Ambos sacudían sus cabezas. Mi tío Juan se encontraba al otro lado de Pablo, y luego el resto de la habitación estaba llena de hermanos Sigma Tau y jugadores de fútbol.
—Dije sin strippers —expresé, mirando atónito como Marcos bailaba por la habitación como Britney Spears.
Valentin se echó a reír. —Lo sé, hermano, pero parece que el espectáculo comenzó antes de llegar aquí.
Era un choque de trenes. Mi cara se frunció con disgusto mientras miraba a Marcos golpear y moler su camino a través del cuarto; a pesar de que yo no quería. Todos en la sala lo animaban. Figuras de cartón de tetas colgaban del techo, y había incluso un pastel de pechos en una mesa al lado de mi padre. Había estado en varias despedidas de soltero antes, y ésta tenía que ganar algún tipo de premio por la más rara.
—Oye —dijo Marcos, sin aliento y sudando. Sacó unos mechones de pelo amarillo de su cara.
—¿Perdiste una apuesta? —pregunté.
—De hecho, lo hice.
Manuel y Nahuel se encontraban al otro lado de la habitación, golpeando sus rodillas y se reían tan fuerte que apenas podían respirar.
Le di una palmada al culo de Marcos—Te ves caliente, hermano.
—Gracias —dijo. La música empezó y sacudió sus caderas hacia mí. Lo alejé, y sin inmutarse, bailó por la habitación para entretener a la multitud.
Miré a Valentin—No puedo esperar para ver cómo le explicas esto a Paula.
Sonrió. —Ella es tu esposa. Tú lo harás.
Por las próximas cuatro horas, bebimos y hablamos, y vimos a Marcos hacer un completo ridículo de sí mismo. Mi padre, como era de esperar, se fue antes de tiempo. Él, junto con mis otros hermanos, tenía que tomar un avión.
Todos volaríamos a St. Thomas en la mañana para la renovación de mis votos.
Durante el último año, Paula hizo tutorías, y yo hice un poco de entrenamiento personal en el gimnasio local. Habíamos conseguido ahorrar un poco después de los costos escolares, la renta y el pago de su automóvil para viajar a St. Thomas y quedarnos unos días en un hotel agradable. Teníamos un montón de cosas que podríamos haber hecho con el dinero, pero Rosario seguía hablando de eso y no nos dejaría abandonar la idea. Luego, cuando los padres de Rosario nos dieron el regalo de bodas/regalo de cumpleaños de Rosario/regalo de aniversario, tratamos de decir no, pero Rosario fue insistente.
—Muy bien, chicos. Voy a estar muerto mañana si no me voy a dormir.
Todo el mundo gimió y se burlaron de mí con palabras como sometido y azotado, pero la verdad era que todos estaban acostumbrados al nuevo y más doméstico Pedro Alfonso. No había puesto mi puño en la cara de alguien en casi un año.
Bostecé y Valentin me dio un puñetazo en el hombro. —Vamos.
Condujimos en silencio. No estaba seguro de lo que Valentin pensaba, pero no podía jodidamente esperar para ver a mi esposa. Ella me había dejado el día anterior, y era la primera vez que estábamos separados desde que nos casamos.
Valentin se detuvo en el apartamento y apagó el auto. —Servicio a la puerta,perdedor.
—Admítelo. Lo extrañas.
—¿El apartamento? Sí, un poco. Pero te extraño peleando y nosotros haciendo toneladas de dinero.
—Sí. A veces lo hago, también. Nos vemos en la mañana.
—Te recojo aquí a las seis y media.
—Nos vemos.
Valentin se alejó lentamente mientras yo subía los escalones, en busca de las llaves del apartamento. Odiaba volver a casa cuando Paula no se hallaba aquí. No había nada peor después de conocernos, y era lo mismo ahora. Tal vez aún más miserable porque Valentin y Rosario ni siquiera se encontraban allí para molestarme.
Empujé la llave y abrí la puerta, cerrándola tras de mí y lanzando mi billetera en la barra de desayuno. Ya había llevado a Moro al hotel para mascotas para ser atendido mientras no nos encontrábamos aquí. Estaba jodidamente silencioso. Suspiré. El apartamento había cambiado mucho en el último año. Los carteles y señales de bar desaparecieron, y las fotos de nosotros y pinturas aparecieron. Ya no era un piso de soltero, pero era un buen cambio.
Fui a mi habitación, me desnudé hasta quedar en mi bóxer Calvin Klein, y me metí en la cama, enterrándome bajo el edredón floral azul y verde; algo más que nunca habría visto el interior de este apartamento si no fuese por Paula.
Acerqué su almohada y apoyé la cabeza. Olía como ella.
El reloj marcaba las dos de la madrugada. Estaría con ella en doce horas.
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