Pedro
Paula observó pasar Las Vegas por su ventana. Sólo la visión de ella me hacía querer tocarla, y ahora que era mi esposa, esa sensación se amplificaba. Pero estaba esforzándome mucho para no hacer que se arrepintiera de su decisión.
Jugar relajadamente solía ser mi súper poder. Ahora, me hallaba peligrosamente cerca de ser Valentin.
Incapaz de detenerme, deslicé mi mano y apenas toqué su dedo meñique. — Vi las fotos de la boda de mis padres. Pensaba que mamá era la novia más hermosa que jamás había visto. Entonces, te vi en la capilla y cambié de opinión.
Bajó la mirada a nuestros dedos tocándose, entrelazando sus dedos con los míos, y luego me miró. —Cuando dices cosas así, Pedro, haces que me enamore de ti otra vez. —Se frotó contra mí y luego me besó en la mejilla—. Me gustaría haber podido conocerla.
—A mí también. —Me detuve, preguntándome si debería decir el pensamiento que estaba en mi cabeza—. ¿Qué hay de tu mamá?
Paula sacudió la cabeza, apoyándose en mis brazos. —Ella no era de lo mejor antes de mudarnos a Wichita. Después de que llegáramos ahí, su depresión empeoró. Simplemente se fue. Si no hubiera conocido a Rosario, habría estado sola.
Ella ya se encontraba en mis brazos, pero también quería abrazar a la versión de dieciséis años de mi esposa. Y a la de su infancia, para el caso. Había tantas cosas por las que pasó de las que no pude protegerla.
—Yo... yo sé que no es cierto, pero Ruben me dijo tantas veces que lo arruiné. A los dos. Tengo este miedo irracional de que haré lo mismo contigo.
—Paloma —la regañé, besando su cabello.
—Es extraño, ¿no? Que cuando empecé a jugar, su suerte se fue. Dijo que yo tomé su suerte. Como si tuviera ese poder sobre él. Hizo que algunas emociones estuvieran seriamente en un conflicto para una adolescente. El dolor en sus ojos provocó que un fuego familiar se presentara en mí, pero rápidamente apagué las llamas con una profunda respiración.
No estaba seguro de si ver a Paula herida alguna vez me haría sentir nada menos que un poco loco, pero ella no necesitaba a un novio impulsivo. Necesitaba a un esposo comprensivo.
—Si tuviera algún puto sentido común, te habría hecho su amuleto de la suerte en lugar de su enemigo. Es su pérdida, Paloma. Tú eres la mujer más increíble que conozco.
Repiqueteó con sus uñas. —Él no quería que yo fuera su suerte.
—Podrías ser mi suerte. Me siento un gran afortunado de mierda justo ahora. Me dio un codazo en las costillas juguetonamente. —Vamos a mantenerlo de esa manera. —No tengo ni una sola duda de que lo haremos. Aún no lo sabes, pero tú me salvaste.
Algo se encendió en los ojos de Paula, y apretó su mejilla contra mi hombro. —Espero que sí.
—Es extraño, ¿no? Que cuando empecé a jugar, su suerte se fue. Dijo que yo tomé su suerte. Como si tuviera ese poder sobre él. Hizo que algunas emociones estuvieran seriamente en un conflicto para una adolescente. El dolor en sus ojos provocó que un fuego familiar se presentara en mí, pero rápidamente apagué las llamas con una profunda respiración.
No estaba seguro de si ver a Paula herida alguna vez me haría sentir nada menos que un poco loco, pero ella no necesitaba a un novio impulsivo. Necesitaba a un esposo comprensivo.
—Si tuviera algún puto sentido común, te habría hecho su amuleto de la suerte en lugar de su enemigo. Es su pérdida, Paloma. Tú eres la mujer más increíble que conozco.
Repiqueteó con sus uñas. —Él no quería que yo fuera su suerte.
—Podrías ser mi suerte. Me siento un gran afortunado de mierda justo ahora. Me dio un codazo en las costillas juguetonamente. —Vamos a mantenerlo de esa manera. —No tengo ni una sola duda de que lo haremos. Aún no lo sabes, pero tú me salvaste.
Algo se encendió en los ojos de Paula, y apretó su mejilla contra mi hombro. —Espero que sí.
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