Pedro
La puerta se abrió. —¡Ella está aquí! Acabo de mostrarle un vestuario para que se refresque. ¿Estás listo?
—Sí —dije, poniéndome de pie de un salto. Me sequé mis manos sudorosas en los pantalones y seguí a Chantilly por el pasillo, hacia el vestíbulo. Me detuve.
—Por aquí, cariño —dijo Chantilly, animándome hacia las puertas dobles que conducían a la capilla.
—¿Dónde está? —pregunté.
Chantilly apuntó. —Ahí dentro. Tan pronto como esté lista, empezaremos.Pero, tienes que estar al final del pasillo, dulzura.
Su sonrisa era dulce y paciente. Me imaginaba que lidiaba con todo tipo de situaciones, desde borrachos hasta nerviosos. Después de una última mirada a la habitación de Paula, seguí a Chantilly por el pasillo y me dio el resumen de dónde pararme. Mientras ella estaba hablando, un hombre con gruesas patillas y un disfraz de Elvis abrió la puerta de manera grandiosa, curvando los labios y tarareando “Blue Hawaii”
—¡Hombre, realmente me gusta Las Vegas!, ¿te gusta Las Vegas? —dijo, con la impresión de Elvis bien puesta.
Sonreí. —Hoy me gusta.
—¡No se puede pedir más que eso!, ¿te ha dicho la Srta. Chantilly todo lo que necesitas saber para convertirte en señor esta mañana?
—Sí. Creo que sí.
Me dio una palmada en la espalda. —No te preocupes, chico, vas a hacerlo muy bien. Iré a buscar a tu señora. Vuelvo en un parpadeo.
Chantilly se rió. —Oh, ese Elvis. —Después de un par de minutos, Chantilly miró su reloj, y luego caminó por el pasillo hacia las puertas dobles.
—Esto sucede todo el tiempo. —Me aseguró el oficiante.
Después de otros cinco minutos, Chantilly asomó la cabeza a través de las puertas. — Pedro Creo que está un poco… nerviosa. ¿Quieres intentar hablar con ella?
Mierda. —Sí —dije. El pasillo parecía corto antes, pero ahora se sentía como un kilómetro. Empujé la puerta, y levanté mi puño. Me detuve, tomé aire, y entonces golpeé un par de veces—. ¿Paloma?
Después de lo que se sintió como dos eternidades,Paula finalmente habló, al otro lado de la puerta.
—Estoy aquí. —A pesar de que sólo estar a unos centímetros de distancia, sonaba a kilómetros, como la mañana después que llevé a esas dos chicas a casa desde el bar. Sólo el pensar en esa noche me hizo sentir un mal ardor en el estómago. Ni siquiera me sentía como la misma persona que era entonces.
—Estoy aquí. —A pesar de que sólo estar a unos centímetros de distancia, sonaba a kilómetros, como la mañana después que llevé a esas dos chicas a casa desde el bar. Sólo el pensar en esa noche me hizo sentir un mal ardor en el estómago. Ni siquiera me sentía como la misma persona que era entonces.
—¿Estás bien, nena? —pregunté.
—Sí. Sólo… me sentía acelerada. Necesito un momento para respirar.
No sonaba para nada bien. Estaba determinado a mantener mi cabeza, alejar el pánico que solía causarme hacer todo tipo de cosas estúpidas. Necesitaba ser el hombre que Paula merecía. —¿Estás segura de que eso es todo?
No respondió.
Chantilly se aclaró la garganta y retorció sus manos, claramente intentando pensar en algo alentador que decir.
Necesitaba estar al otro lado de esa puerta.
—Paloma… —dije, seguido por una pausa. Lo que diría a continuación podía cambiar todo, pero hacer todo bien por Paula triunfó sobre mis propias necesidades épicamente egoístas—. Yo sé que tú sabes que te amo. Lo que podrías no saber es que no hay nada que quiera más que ser tu esposo. Pero si no estás lista, esperaré por ti, Paloma. No voy a ir a ninguna parte. Quiero decir, sí. Quiero esto, pero solamente si tú lo quieres. Yo sólo… necesito saber que puedes abrir ésta puerta y que podemos caminar por el pasillo, o podemos conseguir un taxi e ir a casa. De cualquier forma, te amo.
Después de otra larga pausa, sabía que era hora. Saqué un viejo y desgastado sobre del bolsillo interior de mi chaqueta, y lo sostuve con ambas manos. El desvanecido trazo de la pluma lo rodeaba, y seguí las líneas con mi dedo índice. Mi madre había escrito las palabras a la futura Sra. Pedro Alfonso. Mi papá me lo había dado cuando pensó que las cosas entre Paula y yo estaban volviéndose serias. Sólo había sacado esta carta una vez desde entonces, preguntándome lo que ella escribió dentro, pero nunca rompiendo el sello. Esas palabras no eran para mí.
Mis manos temblaban. No tenía ni idea de lo que mamá había escrito, pero de verdad la necesitaba en estos momentos, esperaba que esta vez, ella pudiera de alguna manera llegar de donde estuviera y me ayudara. Me agaché y deslicé el sobre por debajo de la puerta.
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