TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
lunes, 5 de mayo de 2014
CAPITULO 122
¿Qué estás haciendo? —preguntó Valentin. Estaba parado en medio de la habitación, con un par de sneakers en una mano y ropa interior sucia en la otra.
—Uh, ¿limpiando? —le pregunté, metiendo los caballitos de tequila en el lavavajillas.
—Ya vi. Pero… ¿Por qué?
Sonreí, con la espalda hacia Valentin. Él iba a patear mi trasero. —Estoy esperando compañía.
—¿Y?
—La paloma.
—¿Eh?
—Pau, Valen. Invité a Pau.
—Amigo, no. ¡No! No jodas esto para mí, hombre. Por favor no.
Me di la vuelta, cruzando los brazos. —Traté, Valen. Lo hice. Pero, no pude.—Me encogí de hombros—. Hay algo sobre ella. No puedo evitarlo.
Su mandíbula se apretó, y luego pisoteó hasta su cuarto, azotando la puerta detrás de él.
Terminé de lavar en el lavavajillas, y luego di la vuelta al sofá para asegurarme de que no hubiera ningún envoltorio vacío de condones visible. No sería divertido explicar eso.
El hecho de que había estado con una buena parte de las chicas hermosas en esta escuela no era un secreto, pero no veía la razón para recordárselo cuando ella viniera a mi apartamento. Se trataba de la presentación.
Se trataba de Paloma, sin embargo. Haría falta mucho más que publicidad falsa para meterla en mi sofá. En ese punto, la estrategia consistía en ir un paso a la vez.
Si me centraba en el resultado final, el proceso iba a ser jodido. Ella veía cosas. Estaba más lejos de la inocencia que yo; a años luz de distancia. Esta operación era nada menos que precaria.
Yo estaba clasificando la ropa sucia en mi dormitorio cuando oí la puerta abrirse. Valentin generalmente escuchaba el auto de Rosario antes para ir a recibirla a la puerta.
Idiota.
Murmuré, el cierre de la puerta de Valentin era mi señal. Entré en la sala y allí estaba: gafas, el pelo amontonado en la parte superior de su cabeza y lo que podía haber sido un pijama. No me habría sorprendido si hubiera estado usando
ropa sucia.
Era tan difícil no reventar en carcajadas. Ni una sola vez una mujer había venido a mi apartamento vestida así. Mi puerta principal había visto faldas de mezclilla, vestidos transparentes sobre bikinis. Un puñado de veces, maquillaje a kilos con mucho brillos. Pero nunca pijamas.
Su apariencia explicaba inmediatamente porque había sido tan fácil convencerla de que viniera. Ella estaba tratando de darme nauseas para que la deje en paz. Si no luciera absolutamente sexy hasta con eso, hubiera funcionado,pero
su piel estaba impecable, y su falta de maquillaje y gafas sólo hacían resaltar más el color de sus ojos.
—Ya era hora de que llegaras —dije, dejándome caer en el sillón.
Al principio, parecía orgullosa de su idea, pero cuando hablamos y no dije nada, estaba claro que ella sabía que su plan había fracasado. Mientras menos sonreía, más tenía que detenerme para no sonreír de oreja a oreja. Era muy divertido. No podría superarlo.
Valentin y Rosario se nos unieron diez minutos más tarde. Paula estaba nerviosa, y yo estaba malditamente cerca de empezar a delirar. Nuestra conversación se había dirigido a su duda de que no podría escribir un sencillo trabajo para ella, cuestionando mi afición por la lucha. Me gustaba hablar con ella acerca de cosas normales. Era preferible a la difícil tarea de decirle que se fuera después de estar con ella. Ella no me entendía, y yo como que quería que lo hiciera, a pesar de que parecía enojada.
—¿Quién eres tú… el Karate Kid? ¿Dónde aprendiste a luchar?
Valentin y Rosario parecían estar avergonzados por Paula. No sé por qué, a mí no me importaba. El hecho de que yo no hablara mucho de mi infancia no quería decir que estuviera avergonzado.
—Tuve un papá con problemas alcohólicos y mal temperamento, y cuatro hermanos mayores que portaban el gen de idiotez.
—Oh —dijo simplemente. Sus mejillas se pusieron rojas, y en ese momento,sentí una punzada en el pecho. No estaba seguro de lo que era, pero me molesto bastante.
—No te avergüences, Paloma. Papá dejó de beber, los hermanos maduraron.
—No estoy avergonzada. —Su lenguaje corporal no coincidía con sus palabras. Luché por pensar en algo para cambiar de tema, pero luego su mirada sexy, desaliñada, vino a mi mente. Su desconcierto fue remplazado inmediatamente por la irritación, algo que era mucho más cómodo.
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