lunes, 28 de abril de 2014

CAPITULO 99



Una pequeña multitud se reunió alrededor de ellos mientras luchaban en el suelo. Pedro asestó un puñetazo tras otro en la cara de aquel hombre, mientras Valentin volvía a apretarme contra su pecho, aún jadeando. El hombre dejó de devolver los golpes, y Pedro lo dejó sangrando en el suelo.

Quienes se habían congregado a su alrededor, se dispersaron para dar más espacio a Pedro, al ver la rabia en sus ojos.

—¡Pedro! —gritó Valentin, señalando al otro lado del edificio.

Eduardo cojeaba en la sombra, usando el muro de ladrillos de Hellerton para sujetarse. Cuando oyó a Valentin gritar el nombre de Pedro, se volvió justo a tiempo para ver a su asaltante abalanzarse sobre él. Tras lanzar la botella de
cerveza que llevaba en las manos, Eduardo cruzó cojeando el césped en dirección a la calle tan rápido como sus piernas se lo permitían. Precisamente cuando llegó a su
coche, Pedro lo cogió y lo golpeó contra el vehículo.

Eduardo no dejaba de suplicar a Pedro, pero este lo agarró por el cuello de la camisa y estampó su cabeza en la puerta del coche. Las súplicas se acabaron con el sonoro golpe de su cráneo contra el parabrisas; inmediatamente, Pedro lo empujó delante del coche y rompió un faro con la cara de Eduardo.Pedro lo lanzó sobre el capó y aplastó su cara contra el metal mientras gritaba obscenidades.

—Mierda —dijo Valentin. Me volví y vi el resplandor azul y rojo de las luces de un coche de policía que se acercaba rápidamente. Montones de personas saltaron desde la plataforma, creando una cascada humana desde la salida de incendios, y ráfagas de estudiantes salieron corriendo en todas las direcciones.

—¡Pedro! —grité.

Pedro dejó el cuerpo inerte de Eduardo sobre el capó del coche y corrió hacia nosotros. Valentin me llevó hasta el aparcamiento y abrió a toda velocidad la puerta de su coche. Salté al asiento trasero y esperé angustiada a que ambos
entraran. Muchos coches salieron rápidamente de donde estaban aparcados en dirección a la carretera, pero se detuvieron chirriando cuando un segundo coche de policía bloqueó el camino.

Pedro y Valentin saltaron a sus asientos, y Valentin lanzó una maldición cuando vio que los coches atrapados volvían marcha atrás desde la única salida.

Arrancó el coche, y el Charger botó cuando saltó por encima de la cuneta. Pasó sobre el césped y salió volando entre dos edificios, hasta que volvió a rebotar cuando cogimos la calle que estaba detrás de la universidad.

Los neumáticos chirriaron y el motor rugió cuando Valentin pisó el acelerador. Me deslicé por el asiento hasta darme contra el interior de la carrocería del vehículo cuando giramos y me golpeé el codo que ya tenía magullado. Las
luces de la calle entraban por la ventanilla mientras corríamos hacia el apartamento, pero parecía que había pasado cerca de una hora cuando finalmente nos detuvimos en el aparcamiento.

Valentin aparcó el Charger y apagó el motor. Los chicos abrieron sus puertas en silencio, y Pedro pasó al asiento de atrás para cogerme en brazos.

—¿Qué ha ocurrido? Joder, Pepe, ¿qué te ha pasado en la cara? —dijo Rosario corriendo escaleras abajo.

—Te lo contaré dentro —dijo Valentin, guiándola hacia la puerta.

Conmigo en brazos, Pedro subió las escaleras, cruzó el salón y el pasillo sin decir una palabra, hasta que me dejó en su cama.Moro me daba pataditas en las piernas y saltaba sobre la cama para lamerme la cara.

—Ahora no, pequeño —dijo Pedro en voz baja, mientras se llevaba al cachorro al pasillo y cerraba la puerta.

Se arrodilló delante de mí y tocó los bordes deshilachados de mi manga. Su ojo estaba en la fase inicial de un hematoma, rojo e hinchado. La piel irritada de encima estaba rasgada y bañada en sangre. Tenía los labios manchados de escarlata y desgarros en la piel de algunos nudillos. La camiseta que antes había sido blanca estaba ahora manchada de una combinación de sangre, hierba y barro.

Le toqué el ojo y él hizo un gesto de dolor, apartándose de mi mano.

—Lo siento mucho, Paloma. Intenté llegar hasta ti. De verdad… —Se aclaró la garganta, asfixiado por la ira y la preocupación—. Pero no podía.

—¿Puedes pedirle a Rosario que me lleve de vuelta a Morgan? —dije.

—No puedes volver allí esta noche. El sitio está a rebosar de policías. Tú quédate aquí, yo dormiré en el sofá.

Ahogué una exhalación entrecortada, intentando no derramar más lágrimas.

Ya se sentía bastante mal.

Pedro se levantó y abrió la puerta.

—¿Adónde vas? —le pregunté.

—Tengo que darme una ducha. Vuelvo enseguida.

Rosario se cruzó con él cuando salió y se sentó a mi lado en la cama, acercándome a su pecho.

—¡Siento muchísimo no haber estado allí! —gritó ella.

—Estoy bien —dije mientras me secaba la cara manchada por las lágrimas.

Valentin llamó a la puerta y entró con un vaso lleno hasta la mitad de whisky.

—Toma —dijo, dándoselo a Rosario.

Ella me lo puso en las manos y me dio un ligero golpe con el codo.
Eché hacia atrás la cabeza y dejé que el líquido cayera por mi garganta.
Arrugué la cara conforme el whisky pasaba ardiendo hasta mi estómago.

—Gracias —dije, devolviéndole el vaso a Valentin.

—Tendría que haber llegado antes. Ni siquiera me di cuenta de que no estabas. Lo siento, Pau, debería…

—No es culpa tuya, Valen. No es culpa de nadie.

—Es culpa de Eduardo —dijo entre dientes—. Ese cabrón estaba metiéndole mano por todas partes contra la pared.

—¡Cariño! —dijo Rosario, conmocionada y acercándome a ella.

—Necesito otra copa —dije, empujando el vaso vacío hacia Valentin.

—Yo también —dijo este antes de volver a la cocina.

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