Pedro entró con una toalla anudada a la cintura y sujetando una lata fría de cerveza contra el ojo. Rosario salió de la habitación sin una palabra mientras Pedro se ponía los calzoncillos. Después cogió su almohada. Valentin trajo cuatro vasos esta vez, todos llenos hasta el borde de licor ámbar. Todos apuramos el whisky sin dudarlo.
—Nos vemos por la mañana —dijo Rosario, dándome un beso en la mejilla.
Pedro cogió mi vaso y lo dejó en la mesita de noche. Se quedó mirándome un momento y después fue hasta su armario, descolgó una camisa y la lanzó sobre la cama.
—Siento cagarla tanto —dijo él, sujetándose la cerveza contra el ojo.
—Tienes un aspecto terrible. Mañana estarás hecho una mierda.
Él sacudió la cabeza, disgustado.
—Pau, has sufrido un ataque esta noche. No te preocupes por mí.
—Es difícil mientras veo cómo se te hincha el ojo —dije, mientras me ponía la camisa en el regazo.
Apretó las mandíbulas.
—No habría pasado si hubiera dejado que te quedaras con Adrian. Pero sabía que, si te lo pedía, vendrías. Quería demostrarle que sigues siendo mía. Y has acabado herida.
Sus palabras me pillaron desprevenida y pensé que no había oído bien.
—¿Por eso me pediste que fuera esta noche? ¿Para demostrarle algo a Adrian?
—En parte, sí —dijo, avergonzado.
Se me heló la sangre en las venas. Por primera vez desde que nos conocíamos, Pedro me había engañado. Había ido a Hellerton con él pensando que me necesitaba, pensando que, a pesar de todo, habíamos vuelto a donde estábamos
al principio. Y no era más que un farol; él había marcado su territorio y yo se lo había permitido.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—¡Vete!
—Paloma —dijo él, dando un paso hacia mí.
—¡Vete!—dije cogiendo el vaso de la mesita de noche y lanzándolo contra él.
Pedro se agachó y el vaso estalló contra la pared en cientos de pequeños y relucientes añicos.
—¡Te odio!
Pedro suspiró como si le hubieran sacado todo el aire de un golpe y, con una expresión de dolor, me dejó a solas.
Me quité la ropa y me puse la camiseta. El ruido que salió de mi garganta me sorprendió. Llevaba mucho tiempo sin sollozar incontrolablemente. Al cabo de un momento, Rosario entró corriendo en la habitación.
Se metió en la cama y me rodeó con los brazos. No me hizo ninguna pregunta ni intentó consolarme, simplemente me abrazó mientras la funda de la almohada se empapaba con mis lágrimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario