TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
jueves, 24 de abril de 2014
CAPITULO 88
LOS exámenes finales eran una maldición para todo el mundo excepto para mí. Me mantuve ocupada estudiando con Carla y Rosario en mi habitación y en la biblioteca. Solo vi a Pedro de pasada cuando los horarios cambiaron para los exámenes. Me fui a casa de Rosario a pasar las vacaciones de invierno,agradeciendo que Valentin se quedara con Pedro para no tener que sufrir sus constantes muestras de afecto.
Los últimos cuatro días de vacaciones cogí un resfriado, lo que me dio una buena razón para quedarme en la cama.
Pedro había dicho que quería que fuéramos amigos, pero no me había llamado. Fue un alivio tener unos cuantos días
para entregarme a la autocompasión. Quería librarme de ella antes de volver a clase.
El viaje de regreso a Eastern pareció durar años. Estaba ansiosa por empezar el semestre de primavera, pero mi deseo de ver a Pedro era aún mayor.
El primer día de clase, una energía renovada había cubierto el campus junto con un manto de nieve. Nuevas clases conllevaban nuevos amigos y un nuevo principio. No tenía ni una sola clase con Pedro, Adrian, Valentin o Rosario, pero
Jeronimo estaba en todas ellas, excepto en una.
Anhelaba ver a Pedro en el almuerzo, pero cuando llegó simplemente me guiñó un ojo y se sentó al final de la mesa junto con el resto de sus hermanos de fraternidad.
Intenté concentrarme en la conversación de Rosario y Jeronimo sobre el último partido de fútbol de la temporada, pero la voz de Pedro seguía captando mi atención. Estaba contando las aventuras y los roces con la ley que había tenido durante las vacaciones, y las novedades sobre la nueva novia de Marcos, a la que habían conocido una noche en The Red Door. Me preparé para que apareciera mi
nombre o el de cualquier otra chica a la que hubiera llevado a casa o hubiera conocido, si es que lo había hecho, pero no estaba dispuesto a compartir eso con sus amigos.
Todavía colgaban bolas metálicas rojas y doradas del techo de la cafetería, y se movían con la corriente de la calefacción. Me cubrí con la chaqueta de punto y, cuando Jeronimo se dio cuenta, me abrazó y me frotó el brazo. Sabía que estaba mirando demasiado hacia Pedro, pero tenía la esperanza de que alzara los ojos hacia mí; sin embargo, él parecía haberse olvidado de que yo estaba sentada en aquella mesa.
Parecía insensible a las hordas de chicas que se le acercaban después de que se extendiera la noticia de nuestra ruptura, pero también estaba contento con que
nuestra relación hubiera vuelto a su estado platónico, aunque todavía fuera forzada. Habíamos pasado casi un mes separados, y ahora me sentía nerviosa e insegura cuando tenía que relacionarme con él.
Una vez que hubo acabado su almuerzo, el corazón me dio un vuelco cuando vi que se acercaba a mí por detrás y apoyaba las manos sobre mis hombros.
—¿Qué tal tus clases, Valen? —preguntó él.
Valentin puso cara de disgusto.
—El primer día da asco. Solo horarios y reglas. Ni siquiera sé por qué aparezco la primera semana. ¿Y tú qué tal?
—Eh…, bueno, todo forma parte del juego. ¿Qué hay de ti, Paloma? —me preguntó.
—Igual —dije, procurando que mi voz sonara relajada.
—¿Has pasado unas buenas vacaciones? —me preguntó, balanceándome juguetón de un lado a otro.
—Bastante, sí. —Hice lo posible por parecer convincente.
—Genial, ahora tengo otra clase. Nos vemos luego.
Observé cómo se marchaba directamente hacia las puertas. Las abrió de un empujón y se encendió un cigarrillo mientras caminaba.
—Vaya —dijo Rosario con voz aguda.
Observó a Pedro atajar por el césped nevado, y después sacudió la cabeza.
—¿Qué ocurre? —preguntó Valentin.
Rosario apoyó el mentón sobre la palma de la mano, con aspecto algo desconcertado.
—Eso ha sido bastante raro, ¿no?
—¿Por qué? —preguntó Valentin, apartando la trenza rubia de Rosario para rozarle el cuello con los labios.
Rosario sonrió y se inclinó para besarlo.
—Está casi normal…, tan normal como puede estar Pepe. ¿Qué le pasa?
Valentin sacudió la cabeza y se encogió de hombros.
—No lo sé. Lleva así ya un tiempo.
—¿No te parece injusto, Pau? Él está bien y tú, hecha un asco —dijo Rosario sin preocuparse de quienes nos escuchaban.
—¿Estás hecha un asco? —me preguntó Valentin sorprendido.
Me quedé boquiabierta y me ruboricé por la vergüenza que sentí al instante.
—Pues claro que no.
Rosario removió la ensalada de su cuenco.
—Bueno, pero él está casi exultante.
—Déjalo, Ro—la avisé.
Ella se encogió de hombros y siguió comiendo.
—Me parece que está fingiendo.
Valentin le dio un codazo.
—¿Rosario? ¿Vendrás a la fiesta de citas de San Valentín conmigo o no?
—¿No me lo puedes pedir como un novio normal, es decir, con educación?
—Te lo he pedido… varias veces. Y siempre me respondes que te lo pregunte después.
Se desplomó en su asiento, haciendo pucheros.
—Es que no quiero ir sin Pau.
Valentin puso cara de frustración.
—La última vez estuvo todo el tiempo con Pepe. Apenas la viste.
—Deja de comportarte como un bebé, Ro—dije, lanzándole una ramita de apio. Jeronimo me dio un codazo.
—Te llevaría, tesoro, pero no me van los chicos de la fraternidad, lo siento.
—De hecho, es una buena idea —dijo Valentin, con ojos brillantes.
Jeronimo hizo una mueca de disgusto ante la idea.
—No soy de los Sig Tau, Valen. No soy nada. Las hermandades van en contra de mi religión.
—Jeronimo, por favor —se lo pidió Rosario.
—Esto es un déjà-vu —mascullé.
Jeronimo me miró por el rabillo del ojo y luego suspiró.
—No es nada personal, Pau. Tampoco puedo decir que nunca haya tenido una cita… con una chica.
—Lo sé. —Sacudí la cabeza con despreocupación, procurando ocultar la profunda vergüenza que sentía—. No pasa nada. De verdad.
—Necesito que vayas —dijo Rosario—. Hicimos un pacto, ¿te acuerdas? Nada de ir a fiestas solas.
—No estarás sola,Ro. Deja de ser tan dramática —respondí, aburrida ya de la conversación.
—¿Quieres dramatismo? ¡Te llevé una papelera al lado de la cama, te aguanté una caja de pañuelos de papel durante toda la noche y me levanté a por tu medicina para la tos dos veces durante las vacaciones! ¡Me lo debes!
Arrugué la nariz.
—¡Cuántas veces te he recogido el pelo para que no se te manchara de vómito, Rosario!
—¡Me estornudaste en plena cara! —dijo ella, señalándose la nariz.
Me aparté el flequillo de los ojos de un soplido. Nunca podía discutir con Rosario cuando estaba decidida a salirse con la suya.
—Vale —dije entre dientes.
—¿Jeronimo? —le pregunté con mi mejor sonrisa falsa—. ¿Querrías acompañarme a la estúpida fiesta de San Valentín de Sig Tau?
Jeronimo me abrazó.
—Sí, pero solo porque has dicho que era estúpida.
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