TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
jueves, 24 de abril de 2014
CAPITULO 87
Mientras yacía junto a su piel desnuda, al ver el amor incondicional que se desprendía de sus ojos, me olvidé de mi decepción, de mi rabia y de mi terca decisión. Lo amaba y, por muchas razones que pudiera esgrimir para vivir sin él,
sabía que eso no era lo que quería. Aunque mis ideas no habían cambiado, nos resultaba imposible estar alejados el uno del otro.
—¿Por qué no nos quedamos en la cama todo el día? —dijo con una sonrisa.
—He venido para cocinar, ¿te acuerdas?
—No, has venido aquí para ayudarme a cocinar, y no pienso cumplir con mi obligación durante las próximas ocho horas.
Le toqué la cara; el ansia por acabar con nuestro sufrimiento se había vuelto insoportable. Cuando le dijera que había cambiado de opinión y que quería que las cosas volvieran a la normalidad, no tendríamos que pasarnos el día fingiendo. En lugar de eso, podríamos pasarlo celebrándolo.
—Pedro, creo que…
—No lo digas, ¿vale? No quiero pensar en ello hasta que no tenga más remedio.
Se levantó, se puso los calzoncillos y fue hasta donde estaba mi bolsa. Dejó mi ropa sobre la cama y, después, se puso una camisa.
—Quiero que tengas un buen recuerdo de este día.
Preparé huevos para desayunar y sándwiches para almorzar; cuando el partido dio comienzo, empecé a organizar la cena.Pedro aparecía detrás de mí siempre que tenía la oportunidad, y me abrazaba por la cintura mientras me besaba en el cuello. Me descubrí mirando el reloj, ansiosa por encontrar un momento a solas con él para explicarle mi decisión. Anhelaba ver su mirada y volver a donde estábamos.
El día estuvo lleno de risas, de conversación y de una retahíla de quejas por parte de Manuel debido a las constantes muestras de afecto de Pedro.
—¡Búscate una habitación, Pedro! ¡Por Dios! —gruñó Manuel.
—Vaya…, pero si tu cara está adquiriendo un feo tono verde —se burló Pablo.
—Sí, pero porque me dan náuseas, no porque esté celoso, gilipollas —respondió Manuel mordaz.
—Déjalos tranquilos, Manu —le avisó Horacio.
Cuando nos sentamos a cenar, Horacio insistió en que Pedro trinchara el pavo, y yo sonreí cuando él se levantó orgulloso para cumplir con su obligación. Estaba un
poco nerviosa hasta que empezaron a llegarme las felicitaciones. Cuando serví el pastel, no quedaba ni un trozo de comida en la mesa.
—¿He hecho suficiente? —dije riéndome.
Horacio sonrió, mientras chupaba el tenedor y se preparaba para el postre.
—Has hecho mucha comida, Pau. Pero creo que queríamos ponernos hasta arriba hasta el año que viene…, a menos que quieras repetir esto en Navidad. Ahora eres una Alfonso. Te espero en todas las fiestas, y no para cocinar.
Miré de reojo a Pedro, a quien se le había borrado la sonrisa, y se me partió el corazón. Tenía que decírselo pronto.
—Gracias,Horacio.
—No le digas eso, papá —dijo Marcos—. Tiene que cocinar. ¡No he probado una comida así desde que tenía cinco años! —Se metió media rebanada de pastel de nueces en la boca, con un murmullo de satisfacción.
Me sentía en mi casa, sentada a una mesa llena de hombres que se inclinaban hacia atrás en sus sillas mientras se rascaban las barrigas llenas. Me embargó la emoción cuando fantaseé sobre Navidad, Pascua y todas las demás fiestas que pasaría en esa mesa. Lo único que quería era formar parte de aquella familia rota y ruidosa a la que ya adoraba.
Cuando acabaron con los pasteles, los hermanos de Pedro empezaron a recoger la mesa y los gemelos se encargaron de fregar.
—Yo me ocupo de eso —dije, mientras me ponía de pie.
Horacio negó con la cabeza.
—De eso nada. Los chicos pueden solos. Tú llévate a Pedro al sofá y relájate. Habéis trabajado duro, hermanita.
Los gemelos se salpicaban el uno al otro con el agua de los platos y Marcos soltó un taco cuando se resbaló en un charco y tiró un plato. Pablo regañó a sus hermanos, mientras cogía la escoba y el recogedor para barrer el cristal. Horacio dio unas palmaditas a sus hijos en los hombros y se encogió de hombros antes de irse a
su habitación a dormir.
Pedro me puso las piernas sobre su regazo y me quitó los zapatos, mientras me masajeaba las plantas de los pies con los pulgares. Eché la cabeza hacia atrás y suspiré.
—Este ha sido el mejor día de Acción de Gracias desde que mamá murió.
Levanté la cara para ver su expresión. Su sonrisa estaba teñida de tristeza.
—Me alegro de haber estado aquí para verlo.
La cara de Pedro cambió y me preparé para lo que estaba a punto de decir.
Sentía el corazón latiéndome contra el pecho, esperando que me pidiera que volviéramos para poder decirle que aceptaba.
Allí sentada con mi nueva familia, parecía que había pasado toda una vida desde Las Vegas.
—Soy diferente. No sé qué me pasó en Las Vegas. Aquel no era yo. Pensaba en todo lo que podríamos comprar con ese dinero, y en nada más… No veía el daño que te hacía queriendo llevarte de vuelta allí, aunque creo que, en el fondo, lo sabía. Me merecía que me dejaras. Me merecía todo el sueño que perdí y el dolor que sentí. Tuve que pasar por todo eso para darme cuenta de lo mucho que te
necesitaba, y lo que estoy dispuesto a hacer para que sigas en mi vida.
Me mordí el labio, impaciente por llegar a la parte en la que le decía que sí.
Quería que me llevara a su apartamento y pasar el resto de la noche celebrándolo.
No podía esperar a relajarme en el sofá nuevo con Moro, mientras veíamos una película y nos reíamos como solíamos hacer.
—Has dicho que lo nuestro se ha acabado, y lo acepto. Soy una persona diferente desde que te conocí. He cambiado… para mejor. Sin embargo, por mucho que lo intente, parece que no hago las cosas bien contigo. Primero fuimos amigos, y no puedo perderte, Paloma. Siempre te querré, pero veo que no tiene mucho sentido que intente recuperarte. No puedo imaginarme estar con otra persona, pero seré feliz mientras sigamos siendo amigos.
—¿Quieres que seamos amigos? —pregunté, notando que las palabras me ardían en la boca.
—Quiero que seas feliz. No me importa lo que sea necesario para ello.
Sentí un nudo en las entrañas al oír sus palabras, y me sorprendió el dolor abrumador que me embargó. Me estaba dando una salida, y lo hacía justamente cuando yo no la quería. Podría haberle dicho que había cambiado de opinión y él retiraría todo lo que acababa de decir, pero sabía que no era justo para ninguno de los dos aferrarme a aquella relación cuando él había aceptado su final.
Sonreí para mantener a raya las lágrimas.
—Cincuenta pavos a que me lo agradecerás cuando conozcas a tu futura mujer.
Pedro juntó las cejas y puso cara de tristeza.
—Esa apuesta es fácil. La única mujer con la que querría casarme alguna vez acaba de romperme el corazón.
No podía fingir una sonrisa después de eso. Me sequé los ojos y me levanté.
—Creo que es hora de que me lleves a casa.
—Vamos, Paloma, lo siento, no ha tenido gracia.
—No es eso, Pedro. Simplemente estoy cansada y lista para irme a casa.
Contuvo un suspiro y asintió mientras se levantaba. Me despedí de sus hermanos con un abrazo y pedí a Marcos que dijera adiós a Horacio de mi parte.
Pedro se quedó en la puerta con nuestras bolsas; mientras todos se ponían de acuerdo en volver a casa para Navidad, conseguí aguantar la sonrisa hasta salir por la puerta.
Cuando Pedro me llevó a Morgan, su cara seguía siendo de tristeza, pero la angustia había desaparecido. Después de todo, el fin de semana no era una artimaña para recuperarme. Era una despedida.
Se inclinó para besarme la mejilla y me sujetó la puerta, mientras me observaba entrar.
—Gracias por el día de hoy. No sabes lo feliz que has hecho a mi familia.
Me detuve al principio de las escaleras.
—Mañana se lo contarás, ¿verdad?
Miró hacia el aparcamiento y luego a mí.
—Estoy bastante seguro de que ya lo saben. No eres la única que sabe poner cara de póquer, Paloma.
Me quedé mirándolo perpleja y, por primera vez desde que nos habíamos conocido, se alejó de mí sin volverse a mirar atrás.
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