sábado, 19 de abril de 2014

CAPITULO 71




Me precipité furiosa hacia el hombre y le quité la foto de las manos.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

La multitud se dispersó y entró en la casa; Valentin y Rosario me flanqueaban y Pedro me agarró por los hombros desde atrás.

Ruben dio un repaso a mi vestido y chasqueó la lengua en señal de desaprobación.

—Vaya, vaya, Cookie. Veo que no consigues dejar atrás el espíritu de Las Vegas…

—Cállate, cállate, Ruben. Date media vuelta. —Señalé detrás de él—. Y vuelve al agujero del que hayas salido. No te quiero aquí.

—No puedo, Cookie. Necesito tu ayuda.

—Menuda novedad —dijo Rosario, mordaz.

Ruben miró mal a Rosario y después se volvió hacia mí.

—Estás tremendamente guapa. Has crecido mucho. No te habría reconocido por la calle.

Lancé un suspiro, hastiada de la charla trivial.
—¿Qué quieres?

Levantó las manos y se encogió de hombros.

—Me parece que me he metido en un berenjenal, niña. Papi necesita algo de dinero.

Cerré los ojos.

—¿Cuánto?

—De verdad que me iba bien, en serio. Pero tuve que pedir prestado algo para seguir adelante y… ya sabes.

—Sí, ya, ya —le solté—. ¿Cuánto necesitas?

—Veinticinco billetes.

—Joder, Ruben, ¿Veinticinco billetes de cien? Si te piras de aquí, te los daré ahora mismo —dijo Pedro, mientras sacaba su cartera.

—Habla de billetes de mil —dije fulminando a mi padre con la mirada.

Ruben escudriñó a Pedro.

—¿Quién es este payaso?

Pedro levantó la mirada de su cartera y sentí su peso sobre la espalda.

—Ya veo por qué un tipo listo como tú se ha visto reducido a pedir pasta a su hija adolescente.

Antes de que Ruben pudiera hablar, saqué mi móvil.

—¿A quién debes dinero esta vez, Ruben?

Ruben se rascó su pelo grasiento y gris.

—Verás, es una historia graciosa, Cookie…

—¿A quién? —grité.

—A Benny.

Se me desencajó la mandíbula y di un paso atrás, para acercarme a Pedro.

—¿A Benny? ¿Le debes dinero a Benny? En qué demonios estabas pensan…

—Respiré hondo; aquello no tenía sentido—. No tengo tanto dinero, Ruben.

Sonrió.

—Algo me dice que sí.

—¡Que no! ¡Te aseguro que no lo tengo! Esta vez sí que la has cagado, ¿no te das cuenta? ¡Sabía que no pararías hasta que consiguieras que te mataran!

Se movió nervioso; el desdén había desaparecido de su cara.

—¿Cuánto tienes?

Apreté los dientes.

—Once mil. Estaba ahorrando para un coche.

Rosario me lanzó una mirada de sorpresa.

—¿De dónde has sacado once mil dólares, Pau?

—De las peleas de Pedro —dije, taladrando a Ruben con la mirada.

Pedro me hizo dar media vuelta para mirarme a los ojos.

—¿Has ganado once de los grandes con mis peleas? ¿Cuándo apostabas?

—Agustin y yo teníamos un acuerdo —dije, ignorando la sorpresa de Pedro.

La mirada de Pedro se animó de repente.

—Puedes doblar esa cantidad en un fin de semana, Cookie. Podrías conseguirme los veinticinco para el domingo, y así Benny no enviará a sus matones a buscarme.

Sentí que la garganta se me quedaba seca.

—Me dejarás sin un centavo, Ruben. Tengo que pagar la universidad.

—Oh, puedes recuperarlo en cualquier momento —dijo él, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia.

—¿Cuándo es la fecha tope? —pregunté.

—El lunes, por la mañana. A medianoche, más bien —dijo, sin remordimiento alguno.

—No tienes por qué darle ni un puñetero centavo, Paloma —dijo Pedroapretándome el brazo.

Ruben me cogió de la muñeca.

—¡Es lo menos que puedes hacer! ¡No estaría en este lío si no fuera por tu culpa!

Rosario le apartó la mano y lo empujó.

—¡No te atrevas a empezar con esa mierda otra vez, Ruben! ¡Ella no ha sido quien le ha pedido dinero prestado a Benny!

Ruben me miró con odio en los ojos.

—Si no fuera por ella, tendría mi propio dinero. Me lo quitaste todo, Pau. ¡Y ahora no tengo nada!

Pensé que pasar tiempo alejada de Ruben disminuiría el dolor que conllevaba ser su hija, pero las lágrimas que fluían de mis ojos decían lo contrario.

—Te conseguiré el dinero de Benny para el domingo. Pero, cuando lo haga,quiero que me dejes en paz para siempre. No volveré a hacer esto por ti,Ruben. De ahora en adelante, estarás solo, ¿me oyes? Aléjate de mí.

Apretó los labios y asintió.

—Como tú quieras, Cookie.
Me di media vuelta y me dirigí hacia el coche, mientras oía que Rosario decía detrás de mí.

—Haced las maletas, chicos. Nos vamos a Las Vegas.

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