TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
martes, 15 de abril de 2014
CAPITULO 57
ME metí una pastillita blanca en la boca y me la tragué con un gran vaso de
agua. Estaba de pie en medio del dormitorio de Pedro, en sujetador y bragas,
preparándome para ponerme el pijama.
—¿Qué es eso? —preguntó Pedro desde la cama.
—Eh…, mi píldora.
Frunció el ceño.
—¿Qué píldora?
—La píldora, Pedro. Todavía tienes que volver a rellenar tu cajón y lo
último que necesito es preocuparme de si me va a venir la regla o no.
—Ah.
—Uno de nosotros tiene que ser responsable —dije, enarcando una ceja.
—Santo cielo, qué sexi estás —dijo Pedro, apoyando la cabeza en la
mano—. La mujer más guapa de Eastern es mi novia. Menuda locura.
Puse los ojos en blanco e introduje la cabeza por el camisón de seda
púrpura, justo antes de meterme en la cama a su lado. Me senté a horcajadas sobre
su regazo y le besé el cuello; solté una risita tonta cuando dejó caer la cabeza contra
el cabecero.
—¿Otra vez? Vas a acabar conmigo, Paloma.
—No puedes morirte —dije, mientras le cubría la cara de besos—. Tienes
demasiado mal genio.
—¡No, no puedo morirme porque hay demasiados gilipollas peleándose a
empujones por ocupar mi lugar! Podría vivir para siempre solo para fastidiarlos.
Solté una risita contra su boca y él me puso boca arriba. Deslizó el dedo bajo
el delicado lazo púrpura que tenía sobre el hombro, y me lo bajó por el brazo,
mientras me besaba la piel que dejaba libre tras él.
—¿Por qué yo, Pepe?
Se inclinó hacia atrás, buscando mi mirada.
—¿A qué te refieres?
—Has estado con muchas mujeres y siempre te has negado a apuntar tan
siquiera un número de teléfono…, ¿por qué yo?
—¿A qué viene esa pregunta? —dijo él, mientras me acariciaba la mejilla
con el pulgar.
Me encogí de hombros.
—Solo tengo curiosidad.
—¿Y por qué yo? Tienes a la mitad de los hombres de Eastern esperando a
que yo la fastidie contigo.
Arrugué la nariz.
—Eso no es verdad. No cambies de tema.
—Claro que es cierto. Si no hubiera estado persiguiéndote desde principios
de curso, habrías tenido a más chicos siguiéndote por ahí, además de Adrian
Hayes. Él simplemente está demasiado pagado de sí mismo como para tenerme
miedo.
—¡No haces más que esquivar mi pregunta! ¡Y muy mal, añadiría!
—¡Vale, vale! ¿Que por qué tú? —Una sonrisa se extendió en su cara,
mientras se agachaba hasta que sus labios tocaron los míos—. Me sentí atraído
hacia ti desde la noche de aquella primera pelea.
—¿Cómo? —dije con una expresión de duda.
—Sí. ¿Allí en medio, con esa chaqueta de punto manchada de sangre?
Estabas absolutamente ridícula —dijo riéndose.
—Gracias.
Su sonrisa desapareció.
—Fue cuando levantaste la mirada hacia mí. Ese fue el momento preciso.
Me miraste con los ojos abiertos de par en par, con inocencia…, sin fingimientos.
No me miraste como si fuera Pedro Alfonso —dijo él, poniendo los ojos en blanco
al oír sus propias palabras—. Me miraste como si fuera…, no sé…, una persona,
supongo.
—Última hora, Pepe. Eres una persona.
Me apartó el pelo de la cara.
—No, antes de que llegaras, Valentin era el único que me trataba con
normalidad. No te acobardaste, ni intentaste flirtear, ni te pasaste el pelo por la
cara. Simplemente me viste.
—Fui una completa zorra contigo.
Me besó en el cuello.
—Eso es lo que acabó de sellar el trato.
Deslicé las manos por su espalda hasta el interior de sus calzoncillos.
—Espero que esto vaya bien. No creo que llegue a cansarme de ti jamás.
—¿Me lo prometes? —preguntó, sonriendo.
Su teléfono vibró sobre la mesita de noche y sonrió, mientras se lo llevaba a
la oreja.
—¿Diga?… Oh, joder, no. Estoy aquí con Paloma. Nos estábamos
preparando para ir a la cama… Cierra la puta boca, Marcos, no tiene gracia… ¿De
verdad? ¿Qué hace en la ciudad? —Me miró y suspiró—. Está bien. Estaremos allí
dentro de media hora… Ya me has oído, capullo. Porque no voy a ninguna parte
sin ella, por eso. ¿Quieres que te parta la cara cuando llegue? —Pedro colgó y
sacudió la cabeza.
Enarqué una ceja.
—Esa ha sido la conversación más rara que he oído jamás.
—Era Marcos. Pablo está en la ciudad y han organizado una noche de
póquer en casa de mi padre.
—¿Noche de póquer? —Tragué saliva.
—Sí, normalmente se quedan con todo mi dinero. Son unos cabrones
tramposos.
—¿Voy a conocer a tu familia dentro de media hora?
—Dentro de veintisiete minutos, para ser exactos.
—¡Oh, Dios mío, Pedro! —aullé, saltando de la cama.
—¿Qué haces? —dijo con un suspiro.
Rebusqué en el armario y saqué un par de pantalones vaqueros; me los puse
dando saltitos, y después me quité el camisón por la cabeza y se lo tiré a Pedro a la
cara.
—¡No puedo creer que me avises de que voy a conocer a tu familia con
veinte minutos de antelación! ¡Podría matarte ahora mismo!
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