viernes, 11 de abril de 2014

CAPITULO 45



ME situé dos mesas más allá y una mesa más atrás. Apenas veía a Rosario
y a Valentin desde mi asiento, y me agaché sobre la mesa, mientras observaba a
Pedro mirar fijamente la silla vacía que solía ocupar yo antes de sentarme al final
del comedor. Me sentía ridícula por esconderme así, pero no estaba preparada para
sentarme delante de él durante una hora entera. Cuando acabé de comer, respiré
hondo y salí fuera, donde Pedro estaba acabando de fumar un cigarrillo.
Me había pasado la mayor parte de la noche intentando trazar un plan que
nos devolviera a donde estábamos antes. Si trataba nuestro encuentro tal y como él
solía considerar el sexo en general, mis posibilidades mejoraban. El plan
conllevaba el riesgo de perderlo definitivamente, pero esperaba que su enorme ego
masculino lo obligara a comportarse del mismo modo que yo.
—Hola —dije.
Él puso cara de contrariedad.
—Hola. Pensaba que estarías comiendo.
—Tuve que entrar y salir a toda prisa, tengo que estudiar —le respondí,
encogiéndome de hombros y fingiendo despreocupación lo mejor que pude.
—¿Necesitas algo de ayuda?
—Es Cálculo. Creo que lo tengo controlado.
—Puedo pasarme para darte apoyo moral.
Sonrió y se metió la mano en el bolsillo. Los sólidos músculos del brazo se le
tensaron con el movimiento, y el recuerdo de sus brazos flexionándose mientras
me penetraba volvió con vívido detalle a mi cabeza.
—Eh… ¿Cómo? —pregunté, desorientada por el repentino pensamiento
erótico que había cruzado mi mente.
—¿Se supone que tenemos que fingir que lo de la otra noche nunca pasó?
—No, ¿por qué? —dije fingiendo confusión, a lo que él respondió con un
suspiro, frustrado por mi comportamiento.
—No sé…, ¿porque te quité la virginidad quizás? —Se inclinó hacia mí y
pronunció esas últimas palabras en voz baja.
—Estoy segura de que no es la primera vez que desfloras a una virgen,
Pepe.
Justo como me temía, mi intento de quitarle hierro al asunto lo enfadó.
—Pues, de hecho, sí lo fue.
—Vamos… Te dije que no quería que esto volviera las cosas raras entre
nosotros.
Pedro dio una última calada a su cigarrillo y lo tiró al suelo.
—Bueno, si algo he aprendido en los últimos días es que no siempre
consigues lo que quieres.
—Hola, Pau —dijo Adrian, besándome en la mejilla.
Pedro fulminó a Adrian con una mirada asesina.
—¿Te recojo sobre las seis? —dijo Adrian.
Asentí.
—A las seis.
—Nos vemos dentro de un rato —dijo, siguiendo su camino a clase.
Observé cómo se alejaba, asustada de las consecuencias de esos últimos diez
segundos.
—¿Vas a salir con él esta noche? —preguntó furioso Pedro.
Tenía las mandíbulas apretadas y podía verlas moverse bajo la piel.
—Ya te había dicho que me pediría una cita cuando volviera a Morgan. Me
llamó ayer.
—Las cosas han cambiado un poco desde esa conversación, ¿no crees?
—¿Por qué?
Se alejó de mí y yo tragué saliva, intentando no romper a llorar. Pedro se
detuvo y volvió, hasta que se paró muy cerca de mi cara.
—¡Por eso dijiste que no te echaría de menos después de hoy! Sabías que me
enteraría de lo tuyo con Adrian y pensaste… ¿qué? ¿Que pasaría de ti? ¿No confías
en mí o es que, simplemente, no soy lo suficientemente bueno? Responde, maldita
sea. Dime qué cojones te he hecho como para que me trates así.

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