viernes, 11 de abril de 2014

CAPITULO 44



Cerré los ojos con fuerza y las lágrimas que inundaban mis ojos resbalaron
por mis mejillas.
Rosario me ofreció su móvil.
—Tienes que llamarlo. Al menos tienes que decirle que estás bien.
—Está bien, lo llamaré.
Volvió a ofrecerme el móvil.
—No, vas a llamarlo ahora.
Cogí el teléfono y acaricié las teclas, mientras intentaba imaginar qué podía
decirle. Me lo arrancó de la mano, marcó y me lo devolvió. Sujeté el teléfono junto
a mi oído y respiré hondo.
—¿Ro? —respondió Pedro, con la voz llena de preocupación.
—Soy yo.
La línea se quedó en silencio durante un momento, antes de que él, por fin,
se decidiera a hablar.
—¿Qué cojones te pasó anoche? Me desperté esta mañana y te habías ido…
¿Te…, te largas sin más y ni te despides? ¿Por qué?
—Lo siento…
—¿Que lo sientes? ¡Casi consigues que me vuelva loco! No respondes al
teléfono, te escapas y por… ¿por qué? Pensaba que, por fin, habíamos aclarado lo
nuestro.
—Solo necesitaba algo de tiempo para pensar.
—¿En qué? —Hizo una pausa—. ¿Es que… te hice daño?
—¡No! ¡No tiene nada que ver con eso! De verdad, lo siento mucho,
muchísimo. Seguro que Rosario ya te lo ha dicho. No se me dan bien las
despedidas.
—Necesito verte —dijo con voz desesperada.
Suspiré.
—Hoy tengo muchas cosas que hacer, Pepe. Todavía debo deshacer todas
las maletas y lavar montones de ropa sucia.
—Te arrepientes —dijo con voz quebrada.
—No…, ese no es el problema. Somos amigos. Eso no va a cambiar.
—¿Amigos? Entonces, ¿qué cojones fue lo de anoche? —dijo, sin poder
ocultar la ira de su voz.
Cerré con fuerza los ojos.
—Sé lo que quieres. Solo que no puedo dártelo… ahora mismo.
—Entonces, ¿simplemente necesitas algo de tiempo? —me preguntó con voz
más tranquila—. Podrías habérmelo dicho. No tenías por qué huir de mí.
—Me pareció la forma más sencilla.
—Más sencilla, ¿para quién?
—No conseguía dormir y no dejaba de pensar en qué pasaría por la
mañana, cuando tuviéramos que cargar el coche de Ro y… no pude soportarlo,
Pepe —dije.
—Ya es suficientemente malo que no sigas viviendo aquí, pero no puedes
desaparecer sin más de mi vida.
Me obligué a sonreír.
—Nos vemos mañana. No quiero que nada sea raro, ¿vale? Simplemente
tengo que resolver algunas cosas. Nada más.
—Está bien —dijo él—. Eso puedo hacerlo.
Colgué el teléfono y Rosario me fulminó con la mirada.
—¿Dormiste con él? ¡Serás zorrón! ¿Y ni siquiera pensabas decírmelo?
Puse los ojos en blanco y me dejé caer sobre la almohada.
—Eso no va contigo, Ro. Todo esto se está liando muchísimo.
—¿Dónde ves el problema? ¡Tendríais que estar en el séptimo cielo y no
rompiendo puertas o escondiéndoos en vuestra habitación!
—No puedo estar con él —susurré, sin apartar la mirada del techo.
Puso la mano encima de la mía y me habló suavemente.
—Pedro necesita algo de trabajo. Créeme, comprendo todas las reservas que
puedas tener sobre él, pero mira lo mucho que ha cambiado ya por ti. Piensa en las
dos últimas semanas, Pau. Él no es Ruben.
—¡No, yo soy Ruben! Me involucro sentimentalmente con Pedro y todo
aquello por lo que nos hemos esforzado… ¡puf! —Chasqueé los dedos—. ¡Así, sin
más!
—Pedro no dejaría que eso pasara.
—No depende de él, ¿a que no?
—Vas a romperle el corazón, Pau. ¡Vas a romperle el corazón! Eres la
única chica en la que confía lo suficiente como para enamorarse ¡y tú piensas
colgarlo del palo mayor!
Me aparté de ella, incapaz de ver la expresión que acompañaba al tono de
súplica de su voz.
—Necesito el final feliz. Por eso vine aquí.
—No tienes que hacerlo. Podría funcionar.
—Hasta que la suerte me dé la espalda.
Rosario levantó las manos al cielo y después las dejó caer en su regazo.
—Por Dios, Pau, no empieces con esa mierda otra vez. Ya lo hemos
hablado.
Mi teléfono sonó y miré la pantalla.
—Es Adrian.
Ella sacudió la cabeza.
—No hemos terminado de hablar.
—¿Diga? —respondí, evitando la mirada de Rosario.
—¡Paupy! ¡Tu primer día de libertad! ¿Qué tal te sientes? —dijo él.
—Pues… me siento libre —dije, incapaz de fingir entusiasmo alguno.
—¿Cenamos mañana por la noche? Te he echado de menos.
—Sí. —Me sequé la nariz con la manga—. Mañana me va genial.
Después colgué el teléfono, Rosario frunció el entrecejo.
—Cuando vuelva me preguntará —dijo ella—. Querrá saber de qué hemos
hablado. ¿Qué se supone que tengo que decirle?
—Dile que mantendré mi promesa. Mañana, a estas horas, ya no me echará
de menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario