TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
jueves, 10 de abril de 2014
CAPITULO 42
El peso de la pena que ambos sentíamos era demoledor y me inundó una
necesidad irreprimible de salvarnos a ambos. Levanté la barbilla pero dudé; lo que
estaba a punto de hacer lo cambiaría todo. Me dije a mí misma que Pedro solo
consideraba las relaciones íntimas un pasatiempo, pero cerré los ojos de nuevo y
me tragué todos mis miedos. Tenía que hacer algo, sabiendo que ambos
permanecíamos despiertos y temiendo cada minuto que pasaba y que nos acercaba
a la mañana.
Cuando le rocé el cuello con los labios, se me desbocó el corazón, y después
probé su carne con un lento y tierno beso. Él miró hacia abajo sorprendido, y
entonces su mirada se suavizó al darse cuenta de lo que yo quería.
Inclinó la cabeza hacia abajo y apretó sus labios contra los míos con una
delicada dulzura. La calidez de sus labios me recorrió todo el cuerpo hasta los
dedos de los pies y lo acerqué más a mí. Ahora que habíamos dado el primer paso,
no tenía intención de detenerme ahí.
Separé los labios para dejar que la lengua de Pedro se abriera paso hacia la
mía.
—Te deseo —dije.
De repente, empezó a besarme más lentamente e intentó separarse.
Decidida a acabar lo que había empezado, seguí moviendo la boca contra la suya
con más ansiedad. Pedro reaccionó echándose hacia atrás hasta quedarse de
rodillas. Me incorporé con él y mantuve nuestras bocas unidas.
Me agarró por los hombros para detenerme.
—Espera un momento —me susurró con una sonrisa y jadeando—. No
tienes por qué hacer esto, Paloma. No es lo que había pensado para esta noche.
Estaba conteniéndose, pero veía en sus ojos que su autocontrol no duraría
mucho.
Me incliné hacia delante otra vez, y en esta ocasión sus brazos solo cedieron
lo justo para permitirme rozar sus labios con los míos. Lo miré con las cejas
arqueadas, decidida. Me llevó un momento pronunciar las palabras adecuadas,
pero lo hice.
—No me hagas suplicar —susurré de nuevo contra su boca.
Con esas cuatro palabras, sus reservas se desvanecieron. Me besó con fuerza
y ansias. Recorrí con los dedos toda su espalda y me detuve en la goma de sus
calzoncillos, recorriendo nerviosa la tela fruncida. Entonces, sus labios se volvieron
más impacientes y caí sobre el colchón cuando él se abalanzó sobre mí. Su lengua
se abrió camino hasta la mía de nuevo, y cuando hice acopio del valor necesario
para deslizar la mano entre su piel y los calzoncillos, lanzó un gemido.
Pedro me quitó la camiseta por encima de la cabeza, y después su mano
bajó impaciente por mi costado, agarró mis bragas y me las bajó con una sola
mano. Su boca volvió a la mía una vez más, mientras subía la mano por la parte
interior de mi muslo. Cuando sus dedos se pasearon por donde ningún hombre me
había tocado antes, solté un largo y entrecortado suspiro. Se me arquearon las
rodillas y me movía con cada movimiento de su mano, y cuando clavé mis dedos
en su carne, se colocó sobre mí.
—Paloma —me dijo jadeando—, no tiene por qué ser esta noche. Esperaré
hasta que estés lista.
Alargué la mano hasta el cajón superior de su mesilla de noche y lo abrí.
Cuando noté el plástico entre los dedos, me llevé la esquina a la boca y desgarré el
envoltorio con los dientes. Su mano libre dejó mi espalda y se bajó los calzoncillos,
apartándolos de una patada, como si no pudiera soportar que se interpusieran
entre nosotros.
El envoltorio crujió entre sus dedos y, tras un momento, los sentí entre mis
muslos. Cerré los ojos.
—Mírame, Paloma.
Alcé los ojos hacia él: su mirada era decidida y tierna al mismo tiempo.
Inclinó la cabeza, agachándose para besarme tiernamente, y entonces su cuerpo se
tensó y empujó hasta estar dentro de mí con un pequeño y lento movimiento.
Cuando retrocedió, me mordí el labio incómoda; cuando volvió a penetrarme,
cerré los ojos por el dolor y mis muslos apretaron con más fuerzas sus caderas, y
me besó de nuevo.
—Mírame —susurró él.
Cuando abrí los ojos, volvió a penetrarme y yo solté un grito por la
maravillosa sensación ardiente que me causaba. Una vez que me relajé, el
movimiento de su cuerpo contra el mío se volvió más rítmico. El nerviosismo que
había sentido al principio había desaparecido, y Pedro agarraba mi cuerpo como si
no pudiera saciarse. Lo atraje hacia mí, y gimió cuando la sensación se volvió
demasiado intensa.
—Te he deseado durante tanto tiempo, Pau. Eres todo lo que quiero —me
susurró contra la boca.
Me cogió el muslo con una mano y se levantó sobre el codo unos
centímetros por encima de mí. Una fina capa de sudor empezó a gotear sobre
nuestra piel, y arqueé la espalda mientras él recorría mi mandíbula con los labios y
seguía en línea recta cuello abajo.
—Pedro —suspiré.
Cuando pronuncié su nombre, apretó su mejilla contra la mía y sus
movimientos se volvieron más rígidos. Los ruidos que emitía su garganta se
volvieron más fuertes hasta que, al final, me penetró una última vez, gimiendo y
estremeciéndose sobre mí.
Al cabo de unos pocos segundos, se relajó y su respiración se volvió más
lenta.
—Menudo primer beso —dije con una expresión cansada y satisfecha.
Escrutó mi cara y sonrió.
—Tu último primer beso.
Estaba demasiado impresionada para replicar. Se dejó caer a mi lado boca
abajo, con un brazo sobre mi cintura y apoyando la frente en mi mejilla. Acaricié la
piel desnuda de su espalda con los dedos hasta que oí que su respiración se volvía
regular.
Me quedé allí tumbada durante horas, escuchando la respiración profunda
de Pedro y el silbido del viento que hacía tambalear los árboles en el exterior.
Rosario y Valentin abrieron la puerta principal en silencio y los oí recorrer de
puntillas el pasillo, hablando entre murmullos.
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