domingo, 6 de abril de 2014

CAPITULO 28




La situación de repente se volvió peligrosa. Nunca había oído a Adrian subir
la voz. Los nudillos de Pedro estaban blancos de lo mucho que los apretaba, y yo
estaba en medio. La mano de Rosario pareció muy pequeñita cuando la colocó en
el abultado brazo de Pedro, moviendo la cabeza en dirección a Adrian con un aviso
silencioso.
—Venga, Pau. Tengo que hablar contigo —dijo ella.
—¿Sobre qué?
—¡Que vengas! —replicó.
Miré a Adrian y vi irritación en sus ojos.
—Lo siento, tengo que irme.
—No, está bien. Vete.
Pedro me ayudó a salir del Porsche y luego cerró la puerta con una patada.
Me di la vuelta rápido y me quedé de pie entre él y el coche, dándole la espalda.
—¿Qué te pasa? ¡Suéltalo ya!
Rosario parecía nerviosa. No me costó mucho imaginarme por qué. Pedro
apestaba a whisky; ella había insistido en acompañarlo o él le había pedido que
fuese con él. De cualquier modo, Rosario actuaba como elemento disuasorio de la
violencia.
Las ruedas del Porsche de Adrian chirriaron al salir del aparcamiento, y
Pedro encendió un cigarrillo.
—Ya puedes entrar, Ro.
Ella me agarraba la falda.
—Venga, Pau.
—¿Porqué no te quedas,Paupy? —decía él a punto de estallar.
Le indiqué a Rosario con la cabeza que siguiera y ella de mala gana
obedeció. Me crucé de brazos, lista para una pelea, preparándome para atacarlo
después del inevitable discurso. Pedro dio varias caladas a su cigarrillo y, cuando
quedó claro que no se iba a explicar, la paciencia se me agotó.
—¿Por qué has hecho eso? —pregunté.
—¿Por qué? ¡Porque estaba sobándote enfrente de mi apartamento! —gritó.
Parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas y podía percibir que era
incapaz de mantener una conversación racional.
Mantuve la voz en calma.
—Puedo quedarme contigo, pero lo que haga y con quién lo haga es asunto
mío.
Arrojó el cigarrillo al suelo empujándolo con la punta de dos dedos.
—Eres mucho mejor que eso, Paloma. No le dejes que te folle en un coche
como si fueras un ligue barato de fiesta de fin de curso.
—¡No iba a tener relaciones sexuales con él!
Gesticuló en dirección al espacio vacío donde había estado el coche de
Adrian.
—¿Qué estabais haciendo entonces?
—¿No has salido nunca con alguien, Pedro? ¿No has jugueteado sin ir más
lejos?
Frunció el ceño y sacudió la cabeza como si yo estuviera diciendo tonterías.
—¿Qué tiene que ver eso?
—Mucha gente lo hace…, especialmente quienes tienen citas.
—Las ventanas estaban empañadas, el coche se movía…, ¿qué iba a saber
yo? —dijo, moviendo los brazos en dirección al espacio vacío del aparcamiento.
—¡Tal vez no deberías espiarme!
Se frotó la cara y sacudió la cabeza.
—No puedo soportar esto, Paloma. Creo que me estoy volviendo loco.
Dejé caer las manos golpeándome las caderas.
—¿Qué es lo que no puedes soportar?
—Si duermes con él, no quiero saberlo. Iré a la cárcel mucho tiempo si me
entero de que él…, simplemente no me lo digas.
—Pedro —suspiré—. ¡No puedo creer que estés diciendo lo que dices!
—dije poniéndome la mano en el pecho—. ¡Yo no he…! ¡Ah! No importa.
Empecé a andar alejándome de él, pero me agarró el brazo e hizo que me
diera la vuelta hasta que lo tuve de frente.
—¿Qué es lo que no has hecho? —preguntó, serpenteando un poco. No
respondí, no tenía por qué. Podía ver la luz de reconocimiento iluminar su cara y
me reí.
—¿Eres virgen?
—¿Y qué? —dije, mientras notaba cómo me ardían las mejillas.
Sus ojos se apartaron de los míos, intentando enfocar la mirada mientras
pensaba con dificultad por culpa del whisky.
—Por eso estaba Rosario tan segura de que no llegaría muy lejos.
—Tuve el mismo novio durante los cuatro años de la escuela secundaria.
¡Aspiraba a ser joven ministro baptista! ¡Nunca lo consiguió!
La rabia de Pedro se desvaneció, y el alivio se le transparentó en los ojos.
—¿Un joven ministro? ¿Qué sucedió después de toda su duramente
conseguida abstinencia?
—Quería casarse y quedarse en… Kansas. Yo no.
Quería cambiar de tema desesperadamente. La risa en los ojos de Pedro era
muy humillante. No quería que siguiera hurgando en mi pasado.
Dio un paso hacia mí y me agarró la cara con las dos manos.
—Virgen —dijo, meneando la cabeza hacia los lados—. Nunca lo hubiera
imaginado después de verte bailar en el Red.
—Muy gracioso —dije subiendo las escaleras en tromba.
Pedro intentó seguirme pero resbaló, se cayó rodando de espaldas y
gritando histéricamente.
—¿Qué haces? ¡Levántate! —dije, ayudándolo a ponerse en pie.
Me agarró con un brazo alrededor del cuello, y lo ayudé a ponerse en pie en
las escaleras. Valentin y Rosario estaban ya en la cama, así que, sin nadie a la vista
que pudiera echar una mano, me quité los zapatos de un puntapié para evitar
romperme los tobillos mientras llevaba a Pedro andando a duras penas hasta el
dormitorio. Se cayó en la cama de espaldas arrastrándome con él.

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