domingo, 6 de abril de 2014

CAPITULO 27





Esa noche, Rosario se sentó sobre el suelo embaldosado del baño
parloteando sobre los chicos mientras yo estaba frente al espejo y me recogía el
pelo en una coleta. Solo la escuchaba a medias, pues no dejaba de pensar en lo
paciente que había sido Pedro, teniendo en cuenta lo mucho que le disgustaba la
idea de que Adrian me recogiera de su apartamento casi cada noche.
La expresión de la cara de Pedro cuando le pedí que me liberara de la
apuesta volvía a mi cabeza, y también su reacción cuando le dije que la gente
chismorreaba que estaba enamorado de mí. No podía dejar de preguntarme por
qué no lo negaba.
—Bueno, Valen cree que estás siendo muy dura con él. Nunca ha tenido a
nadie que le hubiera preocupado lo suficiente para ello.
Pedro asomó la cabeza y sonrió cuando me vio enredar con mi pelo.
—¿Quieres ir a por cena?
Rosario se levantó y se miró en el espejo, se peinó con los dedos su pelo
dorado.
—Valen quiere probar el nuevo mexicano del centro, si queréis venir.
Pedro sacudió la cabeza.
—Había pensado que esta noche Paloma y yo podíamos ir a algún sitio
solos.
—Salgo con Adrian.
—¿Otra vez? —dijo irritado.
—Otra vez —repliqué con voz cantarina.
El timbre de la puerta sonó y me apresuré a adelantarme a Pedro para abrir
la puerta. Adrian estaba frente a mí: su pelo rubio y ondulado natural resaltaba en
su cara recién afeitada.
—¿Alguna vez estás un poco menos que preciosa? —preguntó Adrian.
—Basándome en la primera vez que vino aquí, diré que sí —dijo Pedro
detrás de mí.
Puse los ojos en blanco y sonreí, indicándole a Adrian con un dedo que
esperase. Me volví y abracé a Pedro. Se puso rígido por la sorpresa y luego se
relajó, estrechándome fuerte contra él.
Le miré a los ojos y sonreí.
—Gracias por organizar mi fiesta de cumpleaños. ¿Puedo aceptar la
invitación para cenar otro día?
Un montón de emociones se mostraron en la cara de Pedro, y luego las
comisuras de su boca se curvaron hacia arriba.
—¿Mañana?
Lo abracé y dije con una gran sonrisa:
—Pues claro. —Me despedí con una mano mientras Adrian me agarraba la
otra.
—¿Qué pasaba? —preguntó Adrian.
—No nos hemos llevado muy bien últimamente. Esa ha sido mi versión de
hacer las paces con una rama de olivo.
—¿Debería preocuparme? —preguntó abriendo la puerta de mi casa.
—No. —Le besé la mejilla.
Durante la cena, Adrian habló sobre Harvard, la Casa y sus planes de buscar
un apartamento. Sus cejas se enarcaron.
—¿Te acompañará Pedro a la fiesta de cumpleaños?
—No estoy muy segura. No ha dicho nada sobre eso.
—Si a él no le importa, me gustaría ser yo quien te llevara. —Me cogió la
mano en las suyas y me besó los dedos.
—Le preguntaré. La idea de la fiesta fue suya, así que…
—Entiendo. Si no, simplemente te veré allí. —Sonrió.
Adrian me llevó al apartamento y se detuvo en el aparcamiento. Cuando se
despidió besándome, sus labios permanecieron en los míos. Subió la palanca del
freno de mano mientras sus labios iban a lo largo de mi mandíbula hasta alcanzar
mi oreja, y luego bajaron a lo largo de mi cuello. Me pilló desprevenida y suspiré
suavemente como respuesta.
—Eres tan bonita… —susurró—. He estado trastornado toda la noche con
ese pelo recogido que deja a la vista tu cuello.
Me acribilló el cuello con besos y yo exhalé un murmullo con mi aliento.
—¿Por qué has tardado tanto? —Sonreí, mientras levantaba mi mentón para
darle mejor acceso.
Adrian se centró en mis labios. Me agarró la cara y me besó con más firmeza
de lo habitual. No había mucho sitio en el coche, pero aprovechamos
estupendamente el espacio libre para el tema que nos ocupaba. Se inclinó sobre mí
y doblé las rodillas mientras me caía contra la ventana. Metió la lengua en mi boca
y me agarró la rodilla empujando mi pierna a la altura de su cadera. Los cristales
fríos de las ventanillas se empañaron en pocos minutos debido a todo el aliento
que exhalábamos con nuestras maniobras. Sus labios rozaban mi clavícula, y
entonces levantó la cabeza de un tirón cuando el vidrio vibró con unos golpes
fuertes.
Adrian se sentó y yo me erguí recolocándome la ropa. Salté cuando la puerta
se abrió repentinamente. Pedro y Rosario estaban junto al coche. Rosario ponía
cara de comprensión, mientras Pedro parecía a punto de estallar en un ataque de
rabia ciega.
—¿Qué coño haces, Pedro? —gritó Adrian.

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