TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
martes, 29 de abril de 2014
CAPITULO 102
Miré a mi alrededor, evitando sus ojos. Me fijaba cuidadosamente en cada uno de sus movimientos: los cambios de presión de sus dedos en los puntos donde
me tocaba, cómo arrastraba los pies junto a los míos o cómo deslizaba los brazos sobre mi vestido. Me sentía ridícula fingiendo que no me daba cuenta. Se le estaba curando el ojo, el hematoma casi había desaparecido y ya no tenía manchas rojas en la cara, o bien habían sido solo fruto de mi imaginación. Todas las pruebas de esa horrible noche se habían borrado y solo quedaban los recuerdos dolorosos.
Seguía de cerca cada una de mis respiraciones y, cuando la canción estaba a punto de acabar, suspiró.
—Estás preciosa, Paloma.
—No hagas eso.
—¿El qué? ¿Decirte que estás preciosa?
—Simplemente…, no lo hagas.
—No lo decía en serio.
Resoplé por la frustración.
—Gracias.
—No…, desde luego que estás preciosa. Eso sí lo decía en serio. Me refería a lo que dije en mi habitación. No te voy a mentir. Disfruté interrumpiendo tu cita con Adrian…
—No era una cita, Pedro. Solo estábamos cenando algo. Ahora no me habla, y todo gracias a ti.
—Lo he oído, y lo siento.
—No, no lo sientes.
—Sí…, vale, tienes razón —dijo él tartamudeando cuando vio mi cara de impaciencia—, pero no…, esa no fue la única razón por la que te llevé a la pelea. Quería que estuvieras allí conmigo, Paloma. Eres mi amuleto de la buena suerte.
—No soy nada tuyo —le espeté, fulminándolo con la mirada.
Enarcó las cejas y dejó de bailar.
—Lo eres todo para mí.
Apreté los labios, intentando dar muestras de mi enfado, pero era imposible que no se me pasara tal como me estaba mirando a mí.
—En realidad, no me odias, ¿verdad?
Me aparté de él en un intento de poner más distancia entre nosotros.
—A veces desearía hacerlo. Haría que todo fuera muchísimo más fácil.
Una sonrisa se extendió en sus labios, que dibujaron una línea delgada y sutil.
—Bueno, ¿y qué es lo que te cabrea más? ¿Lo que hice para que me odiaras? ¿O saber que no puedes odiarme?
Volví a estar enfadada. Pasé a su lado empujándolo y subí las escaleras que llevaban a la cocina. Noté que empezaba a tener los ojos húmedos, pero me negaba a parecer una puñetera desgraciada en aquella fiesta de citas.
Jeronimo se colocó de pie a mi lado, junto a la mesa, y suspiré con alivio cuando me entregó otra cerveza.
Durante la siguiente hora, observé a Pedro mantener a raya a las chicas y engullir dos chupitos de whisky en el salón. Cada vez que me pillaba espiándolo,apartaba la mirada, decidida a acabar la noche sin montar una escena.
—Tenéis pinta de estar muy agobiados —dijo Valentin.
—No podrían parecer más aburridos aunque lo intentaran —gruñó Rosario.
—No te olvides de que no queríamos venir —les recordó Jero.
Rosario puso su famosa cara con la que siempre conseguía hacerme ceder.
—Podrías disimular un poco, Pau. Por mí.
Justo cuando iba a abrir la boca para soltarle un corte, Jero me tocó el brazo.
—Creo que hemos cumplido con nuestra obligación. ¿Lista para irnos, Pau?
Me bebí lo que me quedaba de la cerveza con un movimiento rápido y después cogí la mano de Jeronimo. Aunque estaba ansiosa por irme, me quedé de piedra cuando la misma canción que Pedro y yo bailamos en mi fiesta de cumpleaños empezó a flotar escaleras arriba. Cogí la botella de Jeronimo y le di otro trago, intentando bloquear los recuerdos que volvían junto con la música.
Omar se apoyó junto a mí.
—¿Quieres bailar?
Le sonreí y dije que no con la cabeza. Empezó a decir otra cosa, pero lo interrumpieron.
—Baila conmigo.
Pedro estaba a escasa distancia y con la mano tendida hacia mí.
Rosario, Valentin y Jeronimo nos observaban fijamente, esperando mi respuesta a Pedro.
—Déjame en paz, Pedro —dije, cruzándome de brazos.
—Es nuestra canción, Paloma.
—No tenemos canción.
—Pau…
—No.
Miré a Omar con una sonrisa forzada.
—Me encantaría bailar, Omar.
Las pecas de las mejillas de Omar se estiraron cuando sonrió y me señaló el camino hacia las escaleras.
Pedro se quedó estupefacto, con una mirada que traslucía claramente el dolor.
—¡Un brindis! —gritó él.
Retrocedí justo a tiempo de verlo subirse a una silla después de robar una cerveza al sorprendido hermano Sig Tau que estaba más cerca de él. Miré a Rosario, que observaba a Pedro con cara de dolor.
—¡Por los capullos! —dijo él, señalando a Omar—. ¡Y por las chicas que te rompen el corazón! —Me señaló con la cabeza—. ¡Y por la mierda de perder a tu mejor amiga por ser tan estúpido como para enamorarte de ella!
Se llevó la cerveza a la boca y apuró lo que quedaba de ella, después la tiró al suelo. La habitación se quedó en silencio excepto por la música que sonaba en el piso inferior; todo el mundo miraba a Pedro sin entender absolutamente nada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario