lunes, 31 de marzo de 2014

CAPITULO 7




El saludable interés de Pedro había sobrepasado sus expectativas.
El examen acabó resultándome un paseo, y fui a sentarme a los escalones
del exterior del edificio para esperar a Rosario. Cuando bajó repentinamente hasta
mi lado, con cara de derrota, esperé a que hablara.
—¡Me ha ido fatal! —gritó ella.
—Deberías estudiar con nosotros. Pedro lo explica realmente bien.
Rosario soltó un lamento y apoyó la cabeza en mi hombro.
—¡No me has ayudado nada! ¿No podrías haber hecho algún gesto con la
cabeza por cortesía o algo?
Le rodeé el cuello con el brazo y la acompañé hasta nuestra residencia.
Durante la semana siguiente, Pedro me ayudó con mi ensayo de Historia y
me hizo de tutor en Biología. Fuimos juntos a ver la lista de notas colgada fuera del
despacho del profesor Campbell. Yo era la tercera estudiante con mejor nota.
—¡El tercer puesto de la clase! ¡Bien hecho, Paloma! —dijo él, abrazándome.
Sus ojos brillaban de emoción y orgullo, y di un paso atrás presa de un
repentino sentimiento de incomodidad.
—Gracias, Pepe. No podría haberlo hecho sin ti —dije, tirando de su
camiseta.
Me miró por encima del hombro y empezó a avanzar entre la multitud que
había detrás de nosotros.
—¡Abrid paso! ¡Moveos, gente! Haced sitio para el cerebro horriblemente
desfigurado y enorme de esta pobre mujer. ¡Es una supergenio!
Me reí al ver las expresiones de diversión y curiosidad de mis compañeros.
Conforme pasaron los días, tuvimos que sortear los persistentes rumores
acerca de que teníamos una relación. La reputación de Pedro ayudó a acallar el
rumor. Nunca había sabido estar con una sola chica más de una noche, así que
cuanto más nos veían juntos, mejor entendía la gente nuestra relación platónica
como lo que era. Ahora bien, ni siquiera las constantes preguntas sobre nuestro
vínculo hicieron disminuir la atención que Pedro recibía de sus compañeras.
Siguió sentándose a mi lado en Historia y almorzando conmigo. No tardé
mucho en darme cuenta de que me había equivocado con él, e incluso llegué a
defender a Pedro de quienes no lo conocían tan bien como yo.
En la cafetería, Pedro dejó un cartón de zumo de naranja delante de mí.
—No era necesario que te molestaras. Iba a coger uno —dije, mientras me
quitaba la chaqueta.
—Bueno, pues ya no tienes que hacerlo —comentó él, con un hoyuelo
ligeramente marcado en su mejilla izquierda.
Benjamin resopló.
—¿Te has convertido en su criado, Pedro? ¿Qué será lo siguiente?
¿Abanicarla con una hoja de palmera, vestido solo con un bañador Speedo?
Pedro lo fulminó con una mirada asesina, y yo salté en su defensa.
—Tú no podrías ni rellenar un Speedo, Benjamin. Así que cierra esa boca.
—¡Calma, Pau! Estaba bromeando —dijo Benjamin, levantando las manos.
—Bueno…, pero no le hables así —dije, frunciendo el ceño.
La expresión de Pedro era una mezcla de sorpresa y gratitud.
—Ahora sí que lo he visto todo. Una chica acaba de defenderme —dijo al
tiempo que se levantaba.
Antes de irse con su bandeja, echó una nueva mirada de aviso a Benjamin, y
entonces salió a reunirse con un pequeño grupo de fumadores que estaban de pie
en el exterior del edificio.
Intenté no mirarlo mientras se reía y hablaba. Todas las chicas del grupo
competían sutilmente por ponerse a su lado, y Rosario me dio un codazo en las
costillas cuando se dio cuenta de que mi atención estaba en otro sitio.
—¿Qué miras,Pau?
—Nada, no estoy mirando nada.
Apoyó la barbilla en la mano y meneó la cabeza.
—Se les ve tanto el plumero… Mira a la pelirroja. Se ha pasado los dedos
por el pelo tantas veces como ha pestañeado. Me pregunto si Pedro se cansará
alguna vez de eso.
Valentin asintió.
—Sí que lo hace. Todo el mundo piensa que es un imbécil, pero si supieran
toda la paciencia que tiene con cada chica que cree que puede domarlo… No
puede ir a ninguna parte sin que anden fastidiándolo. Creedme; es mucho más
educado de lo que lo sería yo.
—Ya, estoy segura de que a ti no te encantaría estar en su lugar —dijo
Rosario, dándole un beso en la mejilla.
Pedro se estaba acabando el cigarrillo en el exterior de la cafetería cuando
pasé por su lado.
—Espera, Paloma. Te acompaño.
—No tienes que acompañarme a todas las clases, Pedro. Sé llegar sola.
Pedro se distrajo rápidamente con una chica de pelo largo y negro, con
minifalda, que pasó a su lado y le sonrió. La siguió con la mirada y asintió a la
chica, a la vez que tiraba al suelo el cigarrillo.
—Luego te veo, Paloma.
—Sí —dije, poniendo los ojos en blanco, mientras él corría junto a la chica.
El asiento de Pedro permaneció vacío durante la clase y me descubrí a mí
misma algo molesta con él porque me hubiera dejado por una chica a la que ni
siquiera conocía. El profesor Chaney pronto dio la clase por terminada, y me
apresuré a cruzar el césped, consciente de que tenía que encontrarme con Jeronimo a
las tres para darle los apuntes de Sherri Cassidy de Iniciación a la música. Miré el
reloj y apreté el paso.
—¿Paula?
Adrian corrió por el césped para alcanzarme.
—Me parece que todavía no nos hemos presentado oficialmente —dijo
tendiéndome la mano—. Adrian Hayes.
Le estreché la mano y sonreí.
—Paula Chaves.
—Estaba detrás de ti cuando viste la nota del examen de Biología.
Felicidades —prosiguió con una sonrisa y metiéndose las manos en los bolsillos.
—Gracias. Pedro me ayudó, si no habría estado al final de esa lista, créeme.
—Oh, sois…
—Amigos.
Adrian asintió y sonrió.
—¿Te ha dicho que hay una fiesta en la fraternidad este fin de semana?
—Básicamente hablamos de Biología y comida.
Adrian se rio.
—Eso suena mucho a Pedro.
En la puerta del Morgan Hall, Adrian me miró a la cara con sus enormes ojos
verdes.
—Deberías venir. Será divertido.
—Lo comentaré con Rosario. No creo que tengamos ningún plan.
—¿Sois una especie de pack de dos?
—Hicimos un pacto este verano. Nada de ir a fiestas solas.
—Inteligente —asintió en señal de aprobación.
—Conoció a Valen en Orientación, así que, en realidad, tampoco he tenido
que ir con ella a todas partes. Esta será la primera vez que necesite pedírselo, así
que estoy segura de que vendrá encantada.
Me encogí intimidada. No solo balbuceaba, sino que había dejado claro que
no solían invitarme a ir a fiestas.
—Genial, nos vemos allí —dijo él.
Se despidió con su sonrisa perfecta, propia de un modelo de Banana
Republic, con su mandíbula cuadrada y el bronceado natural de su piel, y se dio
media vuelta para seguir andando por el campus.
Observé cómo se alejaba: alto, bien afeitado, con una camisa ajustada de
rayas finas y pantalones vaqueros. Su pelo ondulado, rubio oscuro, se movía
mientras caminaba.
Me mordí el labio, halagada por su invitación.
—Bueno, este va más a tu ritmo —me dijo Jero al oído.
—Es mono, ¿verdad? —pregunté, incapaz de dejar de sonreír.
—Pues sí, oye. Si te mola el rollo pijo y la posición del misionero, sí.
—¡Jeronimo! —grité, dándole un manotazo en el hombro.
—¿Tienes los apuntes de Sherri?
—Sí —dije, mientras los sacaba del bolso.
Se encendió un cigarrillo, lo sostuvo entre los labios y hojeó los papeles.
—Increíblemente brillante —dijo él, mientras repasaba las páginas. Las
dobló, se las guardó en el bolsillo y después dio otra calada—. Te viene muy bien
que las calderas de Morgan estén estropeadas. Necesitarás una ducha fría después
de la mirada lujuriosa que te ha echado ese grandulón.
—¿La residencia no tiene agua caliente? —lamenté.
—Exactamente —dijo Jeronimo, echándose la mochila al hombro—. Me largo a
Álgebra. Dile a Ro que no se olvide de mí este fin de semana.
—Se lo diré —farfullé, levantando la mirada hacia los antiguos muros de
ladrillo de nuestra residencia.

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